Los escolásticos


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El término escolástica viene del latín schola, “escuela” y significó el saber cultivado en las escuelas medievales bajo la dirección de un maestro. La filosofía escolástica no se refiera a una corriente específica, sino a la enseñanza que en la Edad Media se practicaba en las escuelas monacales y hubo diversas escuelas, estuvieron los platónicos y neoplatónicos, los agustinianos, los aristotélicos y otros místicos, y autores judíos, cristianos y árabes que escribieron escolástica cristiana, musulmana y hebrea. El método común fue que el maestro exponía los temas y después se entablaba una discusión entre maestro y discípulos siguiendo un rígido esquema formal, aduciendo razones a favor y en contra de una tesis. En la columna vertebral de las discusiones, los escolásticos reconocieron dos tipos de conocimientos: el que proporciona la fe y el de la razón y sentidos. El problema surgió cuando buscaron conciliar ambas fuentes de conocimiento, cuando quisieron dar a la fe fundamentos racionales y dar a los hombres la mejor comprensión de la verdad revelada.

Alcuino de York (735-804), teólogo del Reino Unido, filósofo, gramático, matemático, erudito y pedagogo anglosajón, cuyo ideal fue tejer una alianza entre la sabiduría de las revelaciones cristianas y la filosofía griega, deseaba que Francia fuese una nueva Atenas más hermosa que la antigua, ennoblecida con la enseñanza de Cristo; una Academia de Platón pero repotenciada por el Espíritu Santo. Ese fue el tema explícito del filósofo Alcuino, pero, cartografiando las luchas por el poder, en el año 800 estalló el cesaropapismo, cuando el papa León III coronó como emperador a quien era el rey de los francos y lombardos, y patricio de los romanos. Carlomagno trató de restaurar el Imperio Romano y sus sucerores en el poder continuaron esa tarea, bajo el nombre del Imperio carolingio (800-843). Aquella coronación mostró las pugnas y alianzas de los puños de la Iglesia y del Estado, y el apoyo entre los dos bandos derivó en un cesaropapismo que sostenía la teoría del derecho divino de los reyes y les daba poder absoluto sobre la religión y el gobierno a la misma vez.

Sospecho que para la cara práctica de la Iglesia y de los reyes los asuntos de los filósofos eran divertimentos metafísicos, entretenimiento culto para matar el tiempo, temas que divertían al espíritu humano. Quien se tomó en serio los asuntos metafísicos fue San Anselmo de Canterbury (1033-1109). Un monje benedictino que fungió como arzobispo de Canterbury y algunos investigadores dicen que inauguró la escolástica argumentando sobre los misterios de la Sagrada Escritura y la Inmaculada Concepción de María, buscando, nada menos, entender racionalmente aquello revelado por la fe. Buscó demostrar la existencia de Dios argumentado que todos los hombres (incluso el ateo) toman a Dios como un ser por encima del cual no se puede imaginar nada mayor, más perfecto. Luego, tal ser existe al menos en nuestro pensamiento. Dado ese paso, todos debemos reconoce (incluso el ateo) que Dios existe también en la realidad porque, de no ser así, cabría imaginar otro ser mayor que el que hemos pensado y entonces incurriríamos en contradicción puesto que ya no sería el más perfecto que cabe pensar, porque le faltaría el existir real, que es una perfección mayor que el no existir. Por lo tanto, dijo San Anselmo, Dios debe existir en nuestro pensamiento y en la realidad.

El pensamiento deductivo obsesionaba a los escolásticos y creyeron que las verdades de las premisas penetraban en las vísceras de todo oyente como un trinche al rojo vivo. Santo Tomás de Aquino (1224-1274), el filósofo que mejor encarna la sabiduría medieval, nació en la fortaleza de Roccasecca, en Nápoles. A los cinco años ingresó al monasterio de Monte Cassino y en 1243 ingresó a la Orden de los Dominicos y conoció al maestro Alberto Magno, quien dijo de Aquino: “Nosotros lo apodamos Buey Mudo, pero este buey va a dar un mugido con su sabiduría que se oirá en todo el mundo”. En 1252 ocupó una cátedra en la universidad de París y la Iglesia católica lo nombró Doctor Angélico y Doctor de la Humanidad. Se esforzó por vincular fe y razón y su pensamiento parte de la superioridad de las verdades de la teología respecto a las racionales, por la sublimidad de su fuente y de su objeto de estudio: Dios. Es imposible, dijo, una verdad filosófica y otra teológica como quería el averroísmo. Dios es uno sólo y se puede acceder a él por dos caminos: la razón y la fe. No deben existir contradicciones entre la filosofía y la teología, pero si hubiese conflictos, la teología sirve de árbitro y advierte se ha aplicado mal el método racional, pues ha llegado a afirmaciones falsas. Por curioso que sea, Tomás de Aquino rechazó el argumento de Anselmo de Canterbury, pues, dijo, incurría en una injustificada trasposición del pensamiento a la realidad, y propuso entonces cinco vías de demostración de la existencia de Dios. El primero es la simiente de los otros y hasta el día de hoy los sectores conservadores lo esgrimen. Más o menos dice así. En el mundo hay cosas que se mueven. Todo lo que se mueve es movido por otro. No cabe admitir una cadena infinita, luego es necesario un primer motor inmóvil que mueva sin ser movido. Y éste es Dios.


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