Velasco: reforma agraria
Velasco sigue siendo un nudo de escorpiones entre
peruanos. ¿Por qué los sectores conservadores del Perú odian más a Velasco que
a Sendero Luminoso? La Ley de Reforma Agraria de la dictadura de Velasco tiene
defensores y detractores. El Estado debe procurar bienestar a todos los
ciudadanos, dicen los defensores; el Estado sólo debe cuidar las libertades
individuales, dicen los detractores. Para la izquierda, la reforma agraria
eliminó los sistemas de latifundio y planteó un régimen justo de tenencia de la
tierra. Para la derecha fue un robo. Velasco siguió a José Carlos Mariátegui:
la economía del campesino mejorará cuando se resuelva el problema agrario.
¿Cómo? Con la liquidación de la feudalidad en el Perú[1]. Velasco puso fin al
dominio de la oligarquía y quiso darle al país un instrumento para eliminar la
injusticia social. «Un sector campesino más próspero es la mejor garantía del
desarrollo armónico»[2]. La medida era:
«limitar el derecho a la propiedad de la tierra
para garantizar que ésta cumpla su función social dentro de un ordenamiento de
justicia. [...] La propiedad está garantizada, pero dentro de los límites que
la hagan compatible con la irrenunciable función social que ella debe cumplir. Esta
no es una ley de despojo, sino una ley de la justicia»[3].
La Reforma Agraria buscaba desactivar el poder de
una minoría que poseía la mayor parte de tierras cultivables: el 76% de las
tierras correspondía al 0.5% de las unidades agrícolas[4]. Tarde o temprano tal
disparidad explotaría, como luego sucedió horriblemente con Sendero Luminoso, y
lo que buscó Velasco fue que el Perú no siguiera anidando una olla de presión.
El sector de la derecha más extrema se ha quedado con las explicaciones
causales que dieron origen a Sendero –aunque la imagen que tienen de los
senderistas es que conformaban un grupo de locos, psicópatas organizados por el
resentimiento-, pero rara vez se han ocupado de comprender qué fines podía
buscar un adolescente de dieciséis años al enrolarse en un grupo terrorista.
La pesadilla llamada Sendero Luminoso no ha sido
procesada y comprendida, sólo estigmatizada, y eso nos hace a todos
vulnerables. En la década del fujimorismo, una vez encarcelados los cabecillas
de las agrupaciones terroristas, los empresarios se ensañaron y desacreditaron
al SUTEP, disolvieron los sindicatos y aplaudieron la dictadura de Fujimori que
fumigó con quienes llevaban las armas. Fujimori creyó que los subversivos eran
sólo delincuentes comunes.
Nadie incubaría el deseo de ensangrentar los ojos
de los opresores, nadie más empuñaría las razones de los subversivos en contra
de la economía de Margaret Thatcher. Fue así, pero por razones ajenas a Fujimori.
Velasco comprendió los reclamos de una mayoría
postergada, pero la manera en que realizó las reformas no fueron planeadas: las
tierras expropiadas pasaron a las manos de trabajadores que no tenían
experiencia empresarial (ni cooperativa) y no supieron tomar decisiones a largo
plazo y, asimismo, hubo graves descuidos en las tecnologías modernas. Pero el
error en los medios no niega el acierto en la meta propuesta como ideal. Pero
¿por qué la derecha sataniza hasta hoy las reformas de Velasco? Principalmente
Sendero Luminoso asesinó y torturó a población, mayoritariamente
quechuahablante.
¿Qué diablura hizo Velasco que trastorna a ex-gamonales?[1] Trasformó la idiosincrasia de la hacienda, el
andino dejó de actuar como siervo y el hacendado tuvo que dejar de ser un
ciudadano privilegiado. En el fondo, un sector de la derecha no quiere
ver esto porque su interés no es tener una economía equilibrada y sin
inflaciones; su interés es su propio beneficio, y cuando recita a Adams Smith y
cacarea que buscar el beneficio propio espontáneamente dará los manjares del
beneficio colectivo, tienen un ictus apoplético que hace dudar de su sinceridad.
Pero si son sinceros, no conocen a los
liberales contemporáneos que han discutido el error de Smith. A esa derecha peruana, que sólo es liberal en
lo económico y en lo político es fascista y en lo justiciero no pasa de la sopa
de conventos, a esa derecha
le da igual que la servidumbre de la casa esté constituida por un mismo linaje. Toda va bien mientras la abuela Mamani
cocine, la hija Mamani tienda las camas y la nieta Mamani haga sus pininos en
el cuarto de los adolescentes.
El espantapájaros clavado por los intereses de las grandes finanzas y que evita que sobrevuele cualquier idea de justicia social y replantear el modelo hoy imperante, tiene que ver con la frase “a nadie le gusta que le quiten lo que es suyo”. Una noción de propiedad esgrimida por los propietarios de esclavos del siglo XIX e inicios del XX: ¿Los esclavos eran propiedades de los latifundistas? ¿Las tierras estatizadas eran de las doce familias que dominaban el Perú antes de 1968?
[1]
Guillermo Nugent. El laberinto de la
choledad. Páginas para entender la
desigualdad. Lima: UPC, 2012.
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Guillermo Nugent. El laberinto de la
choledad. Páginas para entender la
desigualdad. Lima: UPC, 2012.