Filosofía en la escuela



Soy profesor del colegio Leonardo da Vinci y este año me hago cargo de mostrarles a los estudiantes de quinto de secundaria la vida y las ideas de los filósofos más peculiares, los de mejor prosa y cuya originalidad aun sigue interesando a la humanidad. La filosofía es una disciplina que el currículo nacional ha eliminado como curso obligatorio por razones atendibles, pues, es verdad, en su peor versión, es inútil para competir en el mercado de trabajo y los valores de leer a Platón, Descartes y Dewey pueden transvasarse hacia otros cursos que pueden ofrecer similares competencias y capacidades con mejor didáctica, como la literatura, en que las pasiones humanas logran que los lectores cojan los libros con uñas y dientes. Los libros de los filósofos que valen la pena, en cambio, son flechazos a nuestro neocórtex, al pensamiento crítico, a esa zona medio abstracta y geométrica en que los conceptos de verdad, política y justicia cobran vuelo, pero precisamente por eso pueden derivar hacia las nubes y perder las raíces del mundo de los hechos que son sus mejores amarras y fuentes.

Por su nivel de abstracción, a veces, la filosofía puede convertirse en un quehacer alienante; estudiantes y profesores pueden parlotear en congresos, en las aulas, como monigotes movidos por hilos y discutir insignificancias y tonterías. Pero si uno deja el regocijo en citar autores y ve lo patético de entorcharse con palabritas impostadas, entonces en el aula se da el clima propicio para analizar temas concretos que son relevantes para los escolares. Lograrlo requiere de saber pescar el interés de los estudiantes del colegio, un alumnado altivo y de concentración volátil, todo lo contrario del estudiante de humanidades que ya tiene la cerviz inclinada. El estudiante de la escuela es un verdadero reto y sirve para ver si se puede compartir con esta generación de videojuegos y smartphones, la curiosidad por leer algunos capítulos de los clásicos, leer sobre el irreverente Diógenes el Perro y el renacentista Michel de Montaigne, a los comecuras de Francis Bacon y David Hume, contraponer la visión del mundo de Adam Smith y Karl Marx, disfrutar con el rabioso contrarrevolucionario Joseph de Maistre y de la afilada lógica de Bertrand Russell.

Una de las causas de que los padres de familia recelen que sus hijos lleven clases de filosofía, además de lo improductivo en el mercado, quizás sea que recuerden la horrible experiencia de haber llevado ese curso en el colegio o en la universidad. Por lo común, en Lima, las facultades de filosofía han matado la curiosidad y los debates en el aula, y representan la peor tradición de sofistas y especuladores profesionales de espaldas a la ciencia, sumidos y reverenciando autoridades. Hay filósofos de cierta arrogancia y perfumado autoritarismo que en el aula abren el Gran Talmud (Aristóteles o Husserl), encienden velas y como en una dimensión paralela repasan página por página al sabio en cuestión. Hoy la parafernalia de ese tipo de filósofos y sus grandes palabras no se las cree nadie y resultan ser los intelectuales más antipáticos, asumiendo que las otras profesiones viven en el mundo del error y que sólo la filosofía posee el secreto del sentido de la vida.

Con gusto martillo el último clavo sobre el ataúd de ese tipo de filosofía. Pero así como la literatura trovadoresca murió y surgió otro tipo de poesía, así también la muerte de la filosofía tradicional es el despertar de una nueva, una filosofía que de verdad posea espíritu crítico y no sólo sea una mueca, una declaración. La filosofía que queda refosilizada es la pre-científica, a-científica y anti-científica. Es muy agradable discurrir por los senderos de lo opinable, pero para ejercer la crítica tienen que haber algunos criterios al evaluar los asuntos. El filósofo Richard Rorty, sobre quien redacté con ingenuidad y buena fe una tesis de licenciatura, dijo que la ciencia nunca podrá decirnos qué clase de persona debemos ser o qué tipo de sociedad debemos construir, pero Rorty se equivocaba en esa aspaventosa generalidad, pues si bien las ciencias no pueden decirle a nadie de quién enamorarse o por qué candidatos votar, al menos sí cuentan con evidencias para medir la calidad de vida de los habitantes de diferentes modelos políticos, puede predecir la degradación cognitiva del asiduo a redes sociales y cada vez conoce más acerca de los circuitos del amor pasional en el cerebro. No es el caso de Rorty, pero muchos otros filósofos disertan sobre temas en lo que más competencia tiene un teólogo, y otros sobrevuelan en un cinismo risueño de izquierda como el de Derrida. En el Perú el polígrafo Marco Aurelio Denegri poseía ese conocimiento sólido que dan los hechos, y cuando se topaba con esas declaraciones públicas de algunos filósofos a favor de una cultura universal y de paz, tolerante y humanitaria, Denegri de su gaveta de etólogo sacaba el hecho de que la principal ocupación del hombre es matar, que cada minuto un ser humano ha asesinado a otro ser humano y que desde hace cincuenta años un hombre mata a otro hombre cada veinte segundo.

Una filosofía valiosa para la escuela es aquella que informada nos incita a ver desde nuevos ángulos la realidad y, ejercitada en el pensamiento crítico, nos entrena a poner en una balanza los pros y los contras de situaciones humanas y así tomar decisiones y posiciones, no de manera fanática sino valorando la información que se cuenta hasta el momento. Gracias al pensamiento crítico uno aprende a descubrir el parloteo disfrazado de conocimiento y los pies retornan a suelo firme. Que el mundo de hoy preste más atención al know how (el conocimiento práctico) y no al know why (el por qué del por qué) no es pernicioso en sí mismo. Mucho del talento burocrático se hace pasar por sabiduría de la modorra. Lo que sucede es que la persona de conocimiento práctico y cotidiano posee de manera tácita la dirección de su trabajo y de su vida y no será gracias a siete sabios que desciendan de la montaña que descifraremos la razón última de la existencia. Lo más valioso que un estudiante puede hacer con los filósofos es sacarle punta a su criterio racional exigiendo a cada momento pruebas empíricas de lo que se afirma, renegar de la sumisión y arriesgarse a confrontar sus ideas propias con la realidad, experimentando, o cuando no haya oportunidad de laboratorios ni de experimentación controlada, analizando y sopesando resultados y consecuencias. Los estudiantes así pueden leer a los filósofos sin perder el tiempo, cultivando la intrepidez de imaginar hipótesis extrañas y, siendo lúcidos, aprendiendo a confrontar si sus hipótesis son verosímiles con la realidad.  




Comentarios

Entradas populares