Disciplina flaubertiana






La ciudad y los perros son las aventuras que viven, en Lima, los adolescentes en una escuela militar, institución abominable cuya disciplina satánica los atormenta impregnándolos de ansiedad y angustia, y sin saber por qué van oscilando entre la hipocresía de sus familias y el manicomio escolar. Novela de formación en que niños de hogares humildes y pequeño burgueses, viven en familias despóticas y pacatas en que los padres actúan la comedia de ser justos y amorosos, es también una novela de la caída en los abismos de la madurez, en que el adolescente que no está envuelto en melodramas ridículos, conoce el fondo de la malquerencia de su familia ruin. Los muchachos se harán hombres desafiando los reproches de las mucosas maternales, en el prostíbulo de la Pies Dorados, y, dando la cara y ocultándola, ante la muerte del Esclavo.


Varga Llosa comenzó a escribirla en 1958, gracias a su «imperiosa necesidad de soledad» en un barco de Río de Janeiro que zarpaba rumbo a Barcelona, donde preparó una tesis doctoral sobre Rubén Darío y allá descubrió otro de sus vicios, las novelas de caballería. En el otoño de Madrid, por las tardes, sumergido en una taberna, el Jute, corregía la novela destellando fuego y con las mandíbulas apretadas no perdía el estilo ríspido. Un camarero bizco veía la escena y con una palmada lo sobresaltaba: «Qué, ¿cómo va ese librillo?». Hasta que en una buhardilla de Paris culminó la novela a sus veintiséis años.


En el prólogo tardío, cuenta el autor: «Para inventar su historia, debí primero ser, de niño, algo de Alberto y del Jaguar, del serrano Cava y del Esclavo, cadete del Colegio Militar Leoncio Prado, miraflorino del Barrio Alegre y vecino de La Perla, en el Callao; y, de adolescente, haber leído muchos libros de aventuras, creído en la tesis de Sartre sobre la literatura comprometida, devorado las novelas de Malraux y admirado sin límites a los novelistas norteamericanos de la generación perdida, a todos, pero, más que a todos, a Faulkner. Con esas cosas está amasado el barro de mi primera novela, más algo de fantasía, ilusiones juveniles y disciplina flaubertiana».


Mucho antes, a sus dieciocho años de edad, leía a salto de mata, con una voracidad y concentración de vicioso y enfermo de literatura. Leía «en los ómnibus y en las aulas, en las oficinas y en la calle, en medio del ruido y de la gente, parado o caminando, con tal de que hubiera un mínimo de luz». Logró así algunas hazañas. Leer Los hermanos Karamazov en un domingo, la versión francesa de los Trópicos de Henry Miller en una noche en blanco, y de Faulkner –con papel y lápiz- Las palmeras salvajes, Mientras agonizo y Luz de agosto.


En 1962 culminó una versión de la novela, la presentó a varios amigos y obtuvo el Premio Biblioteca Breve, bajo el título de La morada del héroe, alusión a Leoncio Prado -militar fusilado por las tropas chilenas durante la Guerra del Pacífico- o a un protagonista. Durante la redacción de la novela, otros títulos fueron eliminados, Los impostores arrinconaba al lector a un tema policial, y La ciudad y la niebla inducía más a la reflexión esotérica. José Miguel Oviedo le presentó otro título, La ciudad y los perros. «¡Ése es!», tronó Vargas Llosa.

En octubre de 1963, aún inédita, en pruebas de galera, se le otorgó el Premio de la Crítica Española, un premio plagado de escaramuzas y secretos detallados por Carlos Barral. Concursaba también la novela francesa de Jorge Semprún Le long Voyage y Vargas Llosa tenía en contra que el año anterior se había llevado el premio un escritor castellano y en estos premios la rotación de lenguas y naciones es una ley secreta. El asesor de Einaudi para el caso, Elio Vittorini, había leído el grueso manuscrito en una noche y había comentado que se trataba de «una aburrida historia campamentaria escrita para digerir el dialecto cuartelario de los militares sudamericanos».

Otro a quien no le gustó fue Luis Harss, encontraba dedicación, talento, una inspiración nacida bajo lenguas de fuego y «furia creadora», pero cuestionó las estrategias de seducción del novelista. Las escenas retrospectivas, los monólogos a lo Joyce, el cambiar de enfoque le parecieron alardes técnicos intrusivos, artificios que parecían resultar de «una falta de motivación profunda en los personajes». Quizás porque la primera edición de 1963 incluyó un mapa de Lima con sus suburbios y Miraflores, Harss comentó con sarcasmo que la novela, alejadísima de sus propósitos de realismo documental y naturalismo social, no era sino un cuento de hadas negro.

Otros felicitaron, en cambio, el torbellino de acciones de la novela que no pierde vigor, nunca cae en la delicuescencia gracias al estilo realista del escritor que minucioso detalla, tras la neblina, contornos gastados, el desfile de hormigas y el reposo de minerales, creando un encanto sensorial de precisión maníaca. «Lima no ha sido nunca tan Lima, como ciudad, como paisaje, como emoción y gente, como en las páginas nada costumbristas de La ciudad y los perros», dijo el periodista César Lévano, quien destacó que el sistema nervioso de Vargas Llosa era capaz de devorarlo todo, de digerirlo todo y de devolverlo trasfigurado en imágenes llenas de verdad y de belleza.


Julio Ramón Ribeyro en su diario registró sus primeras impresiones al leerla: «Yo la encuentro sensacional. Todos los elogios que había oído y leído sobre ella me parecen plenamente justificados. Está prodigiosamente bien construida, escrita, elaborada hasta en sus menores detalles. De un coup de pouce maestro ha elevado la novela peruana y latinoamericana a un nivel literario universal». El escritor chileno Alberto Fuguet viajó a Lima con la obsesión de conocer los recintos por los que transcurre la novela y Efraín Kristal es quien ha visto el juego de anagrama de los nombre de la madre y futura esposa del Poeta (Carmela y Marcela), ambas de la misma clase social, triunfo de una asfixiante burguesía endogámica. El Boa seguirá siendo el Boa, horrísono y cariñoso con la Malpapeada, hablando del Cachudo, pero el círculo de la novela cobra profundidad con el bucle que gira contracorriente, contando la vida del temprano delincuente y putañero de fue el Jaguar, el más abusivo de los compañeros y acaso el único héroe. Con esas distintas voces y miradas contradictorias, la novela cala y cala en el misterio, en el enigma. 


En 1985 Francisco Lombardi la llevó al cine, con el guion del poeta José Watanabe, y la película, premiada por mejor director en el Festival de San Sebastián, concentra las acciones del quinto de secundaria. Por cierto recelo ante un cineasta imberbe, el escritor pidió consultar el guion una vez concluido; sólo sugirió eliminar una secuencia de un sueño que no iba acorde con el acertado conjunto macizo y realista, grisáceo, de confinamiento de la película. En el atinado elenco estuvieron Juan Manuel Ochoa con su rostro áspero e inescrutable, la risita forzada, súbita, hiriente del Jaguar, y Gustavo Bueno como el implacable Gamboa.

Es curioso cómo Vargas Llosa cultiva y sazona con ardor sus neurosis. A pesar de la extraordinaria novela que es La ciudad y los perros, tras su publicación, se sintió apesadumbrado, enfermo, disgustado de la literatura. Sintió haberla escrito sin inspiración, a base de puro empeño y sudor, reescribiendo varias veces, tasajeando con filuda pluma ese magma de mil doscientas páginas que fue el borrador, imponiéndose horarios de oficinista y esfuerzos de galeote ante la máquina de escribir. La teoría del esfuerzo brutal funcionaba, sí, uno llegaba a un rendimiento literario decoroso, sí, pero el precio era extenuante. Para romper su desolación tras la publicación final, decidió escribir dos novelas en simultáneo. Curiosa terapia. Los problemas y la ansiedad se duplicaron y de ello nació su segunda novela. El a veces malévolo Luis Loayza dijo sobre Vargas Llosa: «Es un Balzac que quiere escribir como Flaubert».







Comentarios

  1. Mónica Burgos , Maria Paula Alvarado Peralta , Sunmy QC

    " César Lévano, quien destacó que el sistema nervioso de Vargas Llosa era capaz de devorarlo todo, de digerirlo todo y de devolverlo trasfigurado en imágenes llenas de verdad y de belleza "


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