La insoportable levedad
Todos deberíamos plantearnos la disyuntiva entre llevar estilos de vida
leves o pesados, piensa Milan Kundera,
y tanto la levedad como la pesadez cuentan con razones a favor y en contra. Si
se elige ser leve, el mundo social y las circunstancias se hacen fugaces,
arenilla que el viento sopla y mueve a su antojo, y se puede ejercer una cómoda
filantropía efímera de narices tapadas.
Ser leve es dejar que la política siga girando, pues seguirán naciendo los
niños con enfermedades congénitas y los amigos de la CONFIEP harán más de lo
que saben. Ser leve es guardar las manos en los bolsillos, sabiendo que el
sistema seguirá triturando a más generaciones de familias, sabiendo que las
condiciones de trabajo son más más misérrimas.
Si se elige el otro cuerno del dilema, la pesadez, cada día, hora e
instante las acciones realizadas u omitidas, lejos de imperceptibles, serán
digeridas por cuatro estómagos. Elegir el peso es tallar día y noche, noche y
día, las propias acciones; es un nivel agudo de conciencia, pero también de
auto-tortura, es cargar el mundo buscando una vida menos vacía, una vida
clavada en acciones. Si soy obrero y me adhiero a una de las parroquias que el
Opus Dei designa a los explotados, entonces trasmito resignación a mi sociedad.
Si estoy enamorado y quiero casarme y me encamino al altar, contagio a mi
sociedad de la creencia caramelizada de la vida conyugal.
No es fácil elegir la levedad o la pesadez; no podemos experimentar
previamente qué tipo de vida queremos llevar y más bien aparecemos con unos
instintos ciegos y sordos, y encima arrogados en un tipo familia, escuela y
sociedad que van tajando nuestras cabezas.
Para salvar el «libre albedrío» se creyó que el hombre no estaba
determinado, incluso, contra las pruebas empíricas, se sostuvo que el
determinismo debía de ser falso en el ser humano. Pues bien, en el 2003, Daniel
Dennett, filósofo que estudia el darwinismo y las neurociencias, publicó Freedom Evolves y sostiene que la libertad existe como el lenguaje,
la moral y la conciencia: fruto de la evolución y en grados.
De la
investigación de Dennett, resulta que gracias al determinismo podemos ser
libres, tomar decisiones y apuntar a un tipo de vida en el futuro. ¿Cuál ha
sido, entonces, el espantajo sobre el determinismo en occidente? Creer que si
el mundo tiene regularidades, si las estaciones del año se suceden, entonces el
ser humano se encontraría entornillado en coordenadas históricas, sociales
psicológicas y genéticas. Pero Dennett ve que el determinismo permite que
llevemos a cabo acciones para modificar y planear nuestras vidas. Si soy miope,
entonces me conviene usar anteojos. O sea, el determinismo lejos de
encadenarnos a los caminos que cruzaremos, lejos de ser un tablero inmóvil
fatalmente sobre nosotros, aquel monstruo que ha quitado el sueño a los beatos,
nos proporciona en buena cuenta las herramientas para evitar desgracias y
estupideces.
Las
investigaciones científicas rechazan la existencia del «libre albedrio» (un serafín en nuestro cerebro aleteando en un universo regido por causas
y efectos), pero sí existe la libertad interpretada como capacidad de elegir[3]. Veamos.
Ulises quiso
ver a las sirenas y escuchar sus eróticos cánticos, pero no quiso morir, como
muchos otros navegantes que atraídos por ellas, jamás escaparon de sus brazos.
Ulises siguió el consejo de la hechicera Circe; la tripulación se tapó los
oídos con cera y Ulises se ató al mástil y ordenó que dijera lo que dijera, lo
mantuvieran atado. No suprimió ni sus deseos ni sus pasiones. Es verdad que este tema alcanza niveles
filosóficos cuando nos damos cuenta que los criterios para elegir entre la
levedad o la pesadez, entre el quietismo o la aventura han sido empernados y
engastados desde nuestra niñez, y el determinismo parece aplastar a la
libertad. Pero podemos obligarnos a nuevas experiencias, podemos elegir ser
menos obtusos.
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