El príncipe
Defendió políticas despiadadas en El príncipe de1513, polémica pieza anticristiana, dedicada a Lorenzo II de Médici, que informaba sobre las estrategias y consejos perversos para que un príncipe unificase Italia y la sacara de la crisis. Nicolás Maquiavelo (1469-1527), diplomático, funcionario público y escritor italiano, considerado el padre de la Ciencia Política, fue uno de los escritores políticos más notables del Renacimiento. Le fascinaba la figura de César Borgia, prototipo del hombre cruel y ambicioso que satisfizo sus odios cometiendo innumerables asesinatos, capitán general del Vaticano y cardenal con casi veinte años de edad, a los veintitrés, investido como duque en Francia, y fue mecenas de Miguel Ángel y Pinturicchio, Tiziano y el Bosco, y su divisa se hizo célebre: «O César o nada». Su vida fue estudiada por Maquiavelo y, junto a otros príncipes italianos del siglo XV, es la base que le enseñó cómo el monarca puede consolidar el poder absoluto.


En el capítulo XVIII de El príncipe escribió: «Un príncipe debe tener cuidado de que parezca, al verle y oírle, todo bondad, todo buena fe, todo integridad, todo humanidad, todo religión. Los hombres juzgan más por los ojos que por las manos. Todos ven lo que pareces, pero pocos comprenden lo que eres». Y, encima, en un mundo pleno de estúpidos y cobardes, lascivos e hipócritas, codiciosos y corruptibles, en el que la competencia es implacable, uno tiene que mentir y matar.

Durante años muchos han interpretado El príncipe; Rousseau pensó que era una ironía que desnudaba el poder a la luz pública; Bertrand Russell, un manual para pandilleros; Mussolini, un vademécum para estadistas; Napoleón al leer la obra anotó que habían consideraciones pueriles. Fue Isaiah Berlin quien dijo que Maquiavelo no separó la política de la moral, sino que presentó dos moralidades: una moral pagana, donde las virtudes eran el vigor y la energía, la astucia del hombre práctico, el carácter y la fuerza del gobernante; y otra moral cristiana en que la mansedumbre y la ingenuidad campean junto a la misericordia, el perdón de los enemigos y el desprecio de este mundo y salvar el alma inmortal. El cristianismo, para Maquiavelo, no permitía construir ninguna patria gloriosa del tipo que se conoció en Atenas, mejor Esparta y, claro, la República Romana; los métodos cristianos son adecuados para los ángeles y en los humanos son la decadencia, son la impotencia política cuando no la ruina. Ahí donde hay un cuchillo, el cristiano ofrece el cuello. Constituyen mares de presas fáciles que, por su constitución debilucha, tienen que soportar con resignación las humillaciones sin resistir al déspota.

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