El llamado de Mario






Este enero llegará a Lima La llamada de la tribu, autobiografía en que Mario Vargas Llosa detallará su camino intelectual y político desde 1993 hasta hoy y ojalá haya escrito esos exquisitos relatos en que devele su vida personal, para escándalo y regodeo de los lectores, y a la vez muestre cómo la memoria política, las lecturas de grandes intelectuales siguen influyendo en él en forma fecunda alumbrando problemas sociales. El pez en el agua fue esa autobiografía intelectual en que contó sus experiencias traumáticas en los primeros años de edad con un padre feroz y autoritario y el colegio Leoncio Prado, la doble vida que tuvo siendo militante de izquierda en San Marcos dentro del grupo comunista Cahuide y siendo miraflorino planeando las fiestas de los sábados; confidencias de varios amores (a los quince años sostuvo un breve romance con Magda, prostituta de la avenida Colonial), y cómo lanzó un grito de Tarzán cuando obtuvo una beca hacia el soñado París. Publicada en 1993, las memorias del escritor poseían una urticante actualidad política propia de quien acababa de ser candidato a la presidencia del Perú y en sus páginas Vargas Llosa halagó a Karl Popper y Raymond Aron, Hayeck, Friedman y Nozick.

Por sus artículos periodísticos, se sabía que Vargas Llosa desde 1980 guarda especial interés por dos filósofos liberales: Isaiah Berlin por el pequeño y contundente Dos conceptos de libertad y Karl Popper por La sociedad abierta y sus enemigos, obra erudita e inteligente. Se sumarán, claro, Adam Smith y Revel y Amartya Sen, autores que sin duda marcan los matices del liberalismo de Vargas Llosa, agudo, sofisticado y plural, aunque también un tanto ficticio, utópico y extraño. Si La llamada de la tribu busca ir también al mundo real, Vargas Llosa tiene que explicar el cordón umbilical de los recientes presidentes elegidos democráticamente en el Perú con la corrupción, cómo la mano invisible del libre mercado estrecha especialmente la mano ensortijada de oro y plata, y tendrá que recapitular las razones que lo llevaron a admirar a Margaret Thatcher y Ronald Reagan, presidentes a quienes les dedicó artículos y visitas personales cuando el diablo estuvo en campaña (incluso en Los cuadernos de don Rigoberto, el protagonista posee una obsesión erótica con la Dama de Hierro).

Ojalá el nuevo libro se sumerja también en cómo Jean-Paul Sartre -el intelectual Rey Lear de los años de los sesenta- fue eclipsándose para Vargas Llosa. El gran hilo conductor que enlaza a Sartre y a los liberales es proteger la libertad del individuo sobre las demandas de la colectividad y hasta la fecha Vargas Llosa ha criticado a Sartre por su vena atrabiliaria y sus desplantes retóricos que aderezaban a sus inescrutables ideas filosóficas, y por su maquiavelismo político al guardar silencio ante los campos de concentración de la ex URSS. Rompieron el embrujo por completo las declaraciones furibundas de Sartre contra la literatura (¿qué puede significar La náusea frente a un niño que muere de hambre en África?), pues Vargas Llosa ya era un carbón al rojo vivo dedicado a Conversación en la Catedral.

Del tutelaje intelectual de Sartre, se va independizando Vargas Llosa gracias al filósofo Karl Popper, quien le enseñó que los miedos y las intolerancias de las tribus nacionalistas y de la reglamentación asfixiante del individuo, hunden sus raíces en figuras totémicas como Platón y Hegel, y así Vargas Llosa comenzó a detectar las catedrales de especulaciones que se hacen pasar por teorías valiosas cuando sólo son devaneo esnob y pavoneo académico, además de predicciones oceánicas e improbables. El resultado fue el desencanto con el Sartre que escribió un ensayo kilométrico y fofo sobre Flaubert, tan gratuito como imposible de corroborar en parte por abstracto, en parte por las dos herramientas que usó: el psicoanálisis y el marxismo, las dos pseudo-ciencias más hechizantes en el mundo académico del siglo XX. Las ideas de Popper reavivaron las llamas de La literatura es fuego, y por eso Vargas Llosa menosprecia y tacha de hilarante pérdida de tiempo a los teóricos postmodernos. Sobre Sartre, sin embargo, hay nuevos matices, pues recientemente, en Conversaciones en Princeton, Vargas Llosa ha vuelto a agradecer al Sartre anterior al pesimismo por la literatura, por haber sido el intelectual que le permitió a él y a toda una generación de escritores del Tercer Mundo contar con ideas sobre por qué dedicarse a la literatura no era una labor evasiva, cobarde, de niños bien, otorgándoles a esos escritores la convicción de que con una buena novela contribuían a que un país fuese menos ignominioso, menos depravado.


La llamada de la tribu, en el Perú, agitará la discusión entre la obstinada y susceptible izquierda académica y la apabullante derecha turbo-capitalista, y sus lectores esperamos conocer cómo Vargas Llosa argamasa -y no sólo alterna- el elogio a las reglas de la oferta y la demanda del capitalismo y el clamor contra la cultura banal promovida por ese capitalismo. El liberalismo, según ha escrito ya el novelista, no es únicamente una función económica como auspician los ultra-capitalistas; el liberalismo es la idea de tolerarse mutuamente, buscando la coexistencia pacífica y con derechos de igualdad ante las leyes y libertad en los propósitos de vida, y es la idea de la crítica libre, de fiscalizar poderes y estimular el progreso social y cultural; pero dicho así suena a la tercera pseudo-ciencia académica y mundial. Es correcta la burla que merecen muchísimos filósofos de izquierda que van dando tumbos entre el esoterismo de Derrida y el blablablá de Zizek, pero Vargas Llosa debiera ocuparse de críticos como el francés Thomas Piketty, quien, en El capital del siglo XXI, demuestra con hechos puntuales y cuestionamientos contantes y sonantes que el capitalismo hace 250 años concentra riquezas y perpetúa desigualdades sociales. Porque no es comentando sólo las obras de nuestros aliados intelectuales como ampliamos y vemos las grietas y contradicciones de nuestras ideas y compromisos, sino confrontándolas con los hechos y argumentos que presentan los adversarios. Así obró Karl Marx y así obraron varios de los pensadores que, con razón, admira Vargas Llosa.




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