El héroe discreto
"El
héroe discreto" (2013) tiene buenos personajes; yo no he podido casi dejar
de leerla, estoy hechizado, y a la medianoche rio a carcajadas con las
peripecias que vive don Rigoberto y un par de mellizos de la clase
alta que no trabajan, se coquean y tienen cuerpos prepotentes
trabajados en gimnasio -a lo que sí le dedican horas de horas-, hijos de un
octogenario que acababa de salir de un infarto y medio dopado en una clínica,
con los ojos cerrados pero las orejas bien despejadas, escucha que sus hijos
-Miki y Escobita, amanerados y enérgicos- dicen: "ya está requeteconfirmado,
el doctor ha dicho que este viejo de mierda no pasa de esta noche". Y el
octogenario, para estropearles la fiesta, ha decidido quitarles la herencia y
casarse con la empleada de la casa, a quien Miki y Escobita llaman
"la chola de mierda esa".
La
novela también presenta las intimidades de doña Lucrecia y Rigoberto,
y el encuentro de Fonchito (15) con Luzbel. Vargas Llosa continúa
con la técnica aprendida de “Las palmeras salvajes” (1939) de Faulkner y
escribe una segunda historia paralela, bien hilvanada. El nuevo personaje, Felícito Yanaqué, dueño
de una empresa de transportes, es extorsionado, y, además, aparece Lituma (ya
de 50 años, gordo y melancólico) observando quiénes son los extorsionistas, y,
poco a poco, desde Piura y la calle Morropón 17, aparecerán Los
Inconquistables.
El
capítulo XIII, cargado de humor, es perfecto en estructura y fondo, y quien
aspire ser escritor debe releerlo. Con una mano Vargas Llosa describe en el presente
el interrogatorio a Mabel (la amante de Felícito) y, con la otra, narra
la vida pasada de Mabel hasta que ambas manos empalman y dejan escapar una
revelación.
Algunos
detalles de la novela no se resuelven, como por qué los extorsionadores dibujaban
una arañita en sus chantajes, e invocar a
los Inconquistables es peligrosísimo, “La Casa Verde” devora a “El héroe
discreto”. Y este es un problema para Vargas Llosa, sus lectores somos
incondicionales a obras del pasado, y creo que cuando se lo he dicho –delante
de una cola larguísima pidiéndole que me dedicara una novela- le agrié la
noche. Es la neurosis del gran artista, él creó una vaya muy alta, y, sin que yo
deje de leer ninguno de sus textos, el Vargas Llosa de hoy se esfuerza por
sobrepujar al de ayer.
*Dibujo
de Adolfo Serra
La nota la escribí el 2013