Universidad UNIFÉ y revista de filosofía
Este semestre del 2014 dicto en la Universidad Femenina del Sagrado Corazón (UNIFÉ) y en ella encuentro más espacios y recepción hacia temas filosóficos y literarios que en las universidades empresas. Envidio la fe de los católicos y detecto a los que dicen serlo pero no se hacen las preguntas básicas del religioso; preguntas que les permitirían comprender las angustias de los ateos que piensan que Dios en este mundo está ausente. El adversario del creyente no es el ateo ni el rival del ateo es el religioso; ambos se complementan, un buen teólogo conoce los argumentos ateos y un ateo inteligente puede atribuir coherencia a las creencias del religioso. Alguien, en cambio,
que dice creer en Dios, pero que discrimina al portero y al mozo es igual al que dice ser agnóstico, pero participa del New Age y del tarot: el enemigo mortal del religioso y del ateo, en realidad,
es el indiferente hacia estos temas.
Afortunadamente en la UNIFÉ
no encuentro esa indiferencia, y es más, en el quiosco que vende café, escucho que
las alumnas discuten los argumentos lógicos de Bertrand Russell y los existenciales de Emmanuel Mounier. El campus de
la universidad es relativamente pequeño, pero con amplios jardines y las
facultades se encuentran, para bien, en un orden que no comprendo. Las alumnas
de arquitectura me explican que es como si en un tablero se hubieran arrojado
unos dados y, ahí, en el espacio en que éstos cayeron, se decidió construir las
facultades. Eso da la sensación de entrar a una universidad insólita, pues, además, respeta como tesoros las áreas verdes y por eso la UNIFÉ está resguarda de la violencia limeña.
Escuchar, aunque sea de
volada, que las estudiantes conversan sobre humanidades mientras caminan entre los trechos de los
jardines y cuestionan la última tecnología en celulares, es un avance. Comienzan a dejar de ser sujetos de consumo
masivo y, poco a poco, se vuelven más selectas. Hay autores que
sostiene que la percepción sensorial que trasmite el orden de una arquitectura,
influye en la psicología de quienes transitan por ella. Puede ser cierto: en las universidades
en que es más difícil fomentar pensamiento crítico hasta el pasto es falso.
Eso sí, en la UNIFÉ las alumnas no leen en la biblioteca porque parece una
cueva ófrica que espanta, y por eso prefieren leer en los jardines.
El nuevo número de la
revista Phainomenon del 2013, además
de ser una deliciosa extrañeza en el Perú, es uno de los fortines de las
humanidades que resiste la envestida de la gran prensa limeña que exhorta al peruano actual, emprendedor y
optimista, que deje de leer a poetas y escritores como Vallejo y Ribeyro por
ser autores derrotistas y tentados con el fracaso, capaces de escribir “yo nací
un día en que Dios estuvo enfermo”. Con ideas así, continúa aquella prensa, se
genera individuos con mentalidad derrotada y acomplejados, y, más bien “a
nuestros hijos hay que decirles que han nacido un día en que Dios estaba
contento”[1].
En medio de esa hostilidad,
Phainomenon nada contra la corriente
y, en esta nueva publicación, presenta textos de filosofía y teología, de ética
y biográficos, artículos integrados bajo el análisis de las obras de
epistemólogas, mujeres agudas y sensibles, inmersas en la reflexión ética y
política y en la mística. Imposible olvidar, en esta ocasión, a Simone de
Beauvoir, quien en El segundo sexo,
explicaba cuáles eran los beneficios de la mayoría machista al dominar a la
mujer: “el más
mediocre de los varones se considera un semidiós ante las mujeres”.
Revista Phainomenon
El estilo en la escritura es un tema usualmente no
tematizado por los filósofos, pero es relevante hoy sobre todo cuando se
observa que en revistas como Phainomenon
se cultivan las dos grandes tradiciones filosóficas: la analítica y la
continental, a pesar de que entre ambas la relación no es siempre amistosa. Por
ejemplo, el estilo continental,
en su mejor versión, se acerca más a un quehacer narrativo y persuasivo, y
gusta de reconstrucciones históricas y culturales; sin embargo, los analíticos
pueden juzgar un ensayo continental como gnómico, oscuro, de tono
oracular, sin rigor argumentativo, plagado de oraciones sin sentido, y
advierten que leer dicho ensayo es atentar contra la “higiene mental”[2],
hipertrofiándonos de especulaciones metafísicas absurdas, y hasta el bueno de
Albert Einstein comparó los escritos del padre de los continentales, Hegel, con
“las estupideces de un borracho”[3].
De otro lado, el estilo analítico se jacta,
enhorabuena, de argumentar
ofreciendo definiciones minuciosas, de una sintaxis simple y elegante -cuasi
lógico-matemática- y de eliminar, así, los bosques de libros sin sentido que
sólo parodian las argumentaciones sensatas; pero, por su parte, los filósofos
continentales miran por sobre el hombro a quienes utilizan la prosa analítica,
y pueden sostener, como Theodor Adorno, que el uso exclusivo de la lógica
formal engendra especializados, y, en esa misma línea, leer a los analíticos es
“tragarse un estofado de lógica
que deshidrata la mente” y que sólo sirve
para la “miserable preparación de un examen”[4].
Un ejemplo de cómo buscando claridad uno se puede ver envuelto en bosques de
signos irrelevantes, nos lo proporciona el filósofo analítico McGinn: “Un tipo
de mente M está cognitivamente
cerrado con respecto a una propiedad P
o a una teoría T, si y sólo si los
procedimientos de formación de conceptos a disposición de M no son aplicables a una captación de P”; y Daniel Dennett, irónico, comenta: “No nos engañemos por el
aparente rigor de esta definición: el autor A
no asigna nunca un uso U en una
derivación formal D”[5].
Una de las
lecciones de la confrontación de estos estilos es que en ambos se encuentran
grandes autores, prosas distintas y bien argumentadas, aunque también,
agazapados y haciéndonos perder el tiempo, escribidores superfluos y
sensacionalistas. Lo mejor es aprender de la psicología agudísima de un
Schopenhauer, de los aforismos de Nietzsche y de la dialéctica de Marx, y,
desde luego, también aprender de la lúcida prosa del segundo Wittgenstein, de
la pluma segura del último Karl Popper y de los ensayos y las obras de arte de
Albert Camus.
I-. Richard Orozco. “Hay fantasmas en la biblioteca”
El texto de Richard Orozco, dedicado a la epistemóloga
Susan Haack, es muy sofisticado, y ahí lo vemos a él haciendo un trabajo tan minucioso
y pulquérrimo como el del cirujano con el bisturí, propio de la corriente
analítica, y, dentro de ella, Richard bebe del corazón del pragmatismo
norteamericano. Uno de los intereses de esta tendencia filosófica es crear
distinciones conceptuales en los casos que lo merezcan y así evitar confusiones.
Bajo la idea de evitar “calambres mentales”, Susan Haack diferencia entre una
creencia justificada y una creencia verdadera, y Richard Orozco pone el
siguiente caso: un hombre, Juan, escucha ruidos, observa que algunos objetos
han cambiado de sitio y dice: “Hay fantasmas en la biblioteca”. ¿Cómo Juan
justifica la creencia en fantasmas? Pues con otras creencias y razones; pero ¿cómo
Juan verifica la creencia en fantasmas?
Hay dos enfoques que responden esta pregunta: el fundacionalismo
y el coherentismo. Dentro del fundacionalismo hay distintas propuestas (el
empirismo, la intuición de evidencias formales y hasta el esoterismo), pero la
vertiente más conocida es la empirista, pues está muy ligada al criterio del
sentido común. Para el empirismo una creencia puede ser verdadera si describe las
experiencias sensoriales que asumimos corresponden con los hechos del mundo, y
la labor de las teorías científicas es construir mapas e instrumentos conceptualmente
que predigan las regularidades de los hechos del mundo.
Desde la perspectiva del coherentismo las cosas
funcionan de otro modo, pues, en su versión más radical, niega que todos los observadores
tengan acceso directo a los hechos objetivos: para el coherentismo, no habrían
hechos puros sino influidos por interpretaciones. Así lo documenta también la
gestalt o los casos en que se plantea que la experiencia sensorial no está
exenta de presupuestos, como por ejemplo, cuando sobre un mismo campo un
botánico encuentra distintas especies mientras el neófito muy pocas. El
problema con el coherentismo es que, de eliminar la evidencia sensorial, la
labor de las ciencias estaría alejada de los laboratorios.
Susan Haack piensa
que ambos modelos tienen elementos no eliminables y, por eso, crea el
neologismo de “Fundherentismo” y así sostiene que la experiencia sensorial es relevante
en la veracidad de distintas creencias, y no necesita de creencias
privilegiadas.
La tensión entre el fundacionalismo y el coherentismo
trae a la memoria el famoso trilema de Baron de Münchhausen[6] con el que se representa un
problema con tres aparentes soluciones, pero que resultan erradas. El argumento discurre así: cualquiera que sea la
manera en que se justifique una proposición, si lo que se quiere es certeza absoluta, siempre será necesario justificar los
medios de la justificación, y luego los medios de esa nueva justificación y así
hacia el infinito. Esta simple observación conduce sin escape a uno de los tres
cuernos del trilema. Primero, una “regresión infinita” en la que A se justifica
por B, B se justifica por C, C se justifica por D, etc. Segundo, un "círculo lógico"
que, como una serpiente mordiéndose la cola, A se justifica por B, B se justifica por C, y C se
justifica por A. Finalmente, el tercer cuerno, aparece cuando se hace una “petición
de principio” que consiste en un corte arbitrario en el razonamiento: A se
justifica por B, B se justifica por C, y C ya no se justifica. Esta última
proposición puede presentarse como autoevidente, de "sentido común" o como un principio axiomático; pero aun así significa
una suspensión arbitraria del razonamiento.
El artículo presentado por Richard Orozco, como les contaba
líneas arriba, tiene un estilo muy agudo y nos llena de curiosidad por desentrañar
si Susan Haack supera victoriosa el trilema Münchhausen. Pero el asunto sobre si
es verdadera o falsa la aseveración de Juan “Hay fantasmas en la biblioteca”
queda también como tarea para el lector. Imagino que Susan Haack no aceptaría interpretaciones
metafóricas como la de Óscar Wilde al narrar cómo una familia norteamericana
compra sin miramientos el castillo de Canterville a pesar de ser advertida de
la existencia de un fantasma. La familia es norteamericana y el padre de
familia muy práctico, y no se detienen a considerar las consecuencias e implicancias
de la existencia del fantasma ni siquiera cuando éste hace su primera
aparición. A la una de la mañana la familia –el primer día en el castillo- escucha
un curioso ruido de pasos en el corredor, el padre de familia se asoma y ve a
“un anciano de aspecto terrible, con los ojos rojos como tizones, enredados
mechones de cabello canoso y que caían sobre sus hombres, vestiduras de corte
antiguo, sucias y deshilachadas y, colgados de puños y muñecas, pesadas cadenas
y oxidados grillos”[7]. Antes de
continuar su plácido sueño, el padre de familia le ofrece al fantasma un aceite
para que las cadenas no suenen. Indignado, el fantasma queda petrificado: sólo
después profiere resonantes rugidos hasta que dos figuritas, los hijos mellizos
de los americanos, aparecen y una almohada pasa silbando cerca del espectro. En
trescientos años el fantasma de Canterville, jamás había sido insultado de esa
manera.
La metáfora de
Wilde es interesante, pues muestra el caso en que, a la vez, una persona
observa un hecho y obra, sin embargo, como si no existiera (algo que los
psicoanalistas han llamado “alucinación negativa”). Ese es el error del
coherentismo que, sospecho, Susan Haack quiere evitar también, pues debe de
saber que, en ocasiones, un individuo puede estar tan dominado por una ideología
que no observa aquello que tiene al frente, y viceversa, la persona
puede tener una ideología que la hace ver entes que quizás no existan.
II-. Ángel Gómez. “Martha Nussbaum: desarrollo de
capacidades humanas”
Uno de los
aportes de Martha Nussbaum es la distinción entre el enfoque cuantitativo y
hasta hoy hegemónico acerca de cómo evaluar el desarrollo de las naciones. En
ese modelo interesado exclusivamente en el crecimiento per capita del PBI
anual, quedarían escondidos problemas como la carestía de sistemas dignos de
salud y educación, y la ausencia de una justa distribución de derechos, deberes
y riqueza que permitan aspirar a una vida digna. Martha Nussbaum y Amartya Sen
evalúan, más bien, el desarrollo de los países en función de la calidad de
vida: en las posibilidades reales (y no sólo nominales) de salir de la pobreza;
y para ello oponen a las estadísticas que miden la satisfacción promedio del
placer, criterios distintos en las estadísticas para evaluar si las personas
están realizando el tipo de vida que quisieran tener, en situaciones de equidad
para todos. Nussbaum y Sen son liberales, pero de aquellos que saben que sin
desarrollo de las instituciones políticas y civiles, sin los derechos humanos y
sin desarrollo cultural, el auge económico únicamente da la fachada de
modernidad.
Nuestro amigo
Ángel Gómez escribe un breve, pero significativo, diálogo entre la propuesta
civilizada del liberalismo de John Rawls –muy alejada del
neo-ultra-capitalismo- y la propuesta de Nussbaum. Pensando en los aquellos
fanáticos que, mediante la fuerza, quieren imponerle a la sociedad una
concepción del bien, Rawls sostiene que una sociedad podría marchar bien si se
respeta un contrato social en el que participen, en condición de igualdad,
todas las personas racionales. Nussbaum repara en que la propuesta de Rawls,
sin proponérselo, excluye a aquellas personas que lamentablemente no han
logrado un desarrollo racional, comunicativo, lingüístico, y hay, entonces, que
empoderar a los discapacitados, a los excluidos, a las “periferias”. Pero ambos
coinciden en que la función del estado no es sólo garantizar la producción de
riqueza de las empresas privadas, sino también velar por una sociedad civil en
la que los privilegios legales sean prohibidos, a la vez que se respeta la
propiedad privada.
En esa
conversación entre John Rawls y Martha Nussbaum, en que Ángel Gómez es un buen
moderador, Rawl sostiene que cada ciudadano es quien decide qué es una vida
correcta y ética en el foro privado (pues tiene en mente las guerras religiosas
sufridas en Europa en el siglo XVII en la que cada religión buscaba –por los
mejores motivos- imponer su propio credo); sin embargo, Martha Nussbaum
mantiene una concepción de la ética y la política basada en virtudes morales y
en la creación de un ethos universal
y moralmente correcto. De esta manera, mientras Rawls piensa que una
“existencia con sentido” es una elección estrictamente personal, Nussbaum
sostiene que una “vida con sentido” es una práctica vinculada, en el mejor
sentido, a la argumentación y persuasión en la que, precisamente, se delibera
sobre los fines que en la vida cada uno de nosotros quiere alcanzar. Pongo por
caso la polémica desatada en el Perú hace dos años acerca de la publicidad de
comida chatarra dirigida a los niños. La perspectiva liberal de Rawls sostendría
que está en el seno de cada familia “elegir” la comida chatarra, mientras que
Nussbaum tendría en mente la pregunta si los peruanos, como sociedad, deseamos
que los niños ingieran esa comida dañina.
Es seguro que
sobre los niños, sí tenemos convicciones para intervenir y prohibir la
publicidad y el consumo de comida chatarra, pero ¿y qué sucede con los adultos?
Hay un aspecto en el que los liberales tienen razón: si se le deslegitima a los
individuos la libertad de obrar incluso según su peor criterio, si se les
impone actuar eligiendo sólo lo bueno, entonces ¿qué valor tendría la libertad?
Me parece que Nussbaum comprende este punto y, por eso, en lugar de imponer
ella piensa en mostrar en debates públicos los distintos argumentos a favor de
una existencia con sentido. De ahí que una de las propuestas de Nussbaum apunta
a concebir a la educación no sólo como un instrumento para satisfacer
necesidades del mercado (quien cree eso ve a la sociedad como una gran estación
de gasolina). La educación no debe producir “maquinas utilitarias”, sino
ciudadanos críticos.
III-. Edgar Cruz: “Edith Stein: la filósosa que
encuentra a Dios”
Con una pluma desenvuelta, Edgar Cruz nos narra la
biografía intelectual y espiritual de Edith Stein y el itinerario de una
académica hasta encontrar caminos religiosos y místicos. Nacida a finales del
siglo XIX y en el seno de una familia de judía, una vez que perdió
tempranamente a su padre y que algunos de sus familiares se suicidaran, nos
enteramos de que Edith Stein, de adolescente y en medio de una crisis
existencial, se declara atea. En la universidad conoció al filósofo Edmund
Husserl y, al estallar la Primera Guerra Mundial y ser voluntaria en la Cruz
Roja, leyó las páginas que transformaría su vida: la biografía titulada “La
vida de Santa Teresa de Jesús”. En ese contexto escribió: “Una profesora que
considera su trabajo como algo puramente intelectual, que se limita a dar
clases o pone todo su empeño en sermones moralistas, sin preocuparse de mantener
relaciones afectuosas, llenas de pasión, es una mujer y un ser humano destinado
a empobrecerse […]. La formación de seres humanos auténticos significa
formarles a imagen de Cristo”[8].
Esta interesantísima mujer de origen judío y luego
conversa al catolicismo, nos cuenta Edgar Cruz, no fue comprendida, y, en medio
del clima de la Alemania nazi, hubo quienes creyeron que Edith Stein traicionaba al pueblo de Moisés y así salir
libre del clima de horror de la Segunda Guerra Mundial. El 9 de noviembre de 1930
el régimen nazi llamó “la noche de los cristales rotos” al levantamiento en
masa contra las propiedades y las personas judías, incendiando más de 1000
sinagogas y comenzando a deportar a los judíos en los campos de concentración,
y Stein fue deportada a Auschwitz hacia una cámara de gas.
Los tres artículos de Phainomenon tratan de mujeres académicas que influyeron con su obra y pensamiento en el
siglo XX, aunque no deja de ser preocupante que, en Lima, nos estemos
ocupando de ellas el género masculino. Desde luego el feminismo es una actividad que
involucra no sólo a las mujeres, sino también a los hombres que queremos que
las mujeres, ante la ley, tengan los mismos derechos y deberes que nosotros. Afortunadamente,
en el área teológica, la hermana Elizabeth Bazán ha escrito una inteligentísima
reseña del libro titulado “¿Para quién sirve realmente la ética?”, una pregunta
que cada vez, como en una construcción que se cierra, oprime la labor de los
intelectuales y por eso debemos salir al frente.
[1] Diego
de la Torre. “Vallejo, Ribeyro y Montaigne”, en El Comercio. Marzo de 2012.
[2] Cfr. Franca
D´Agostini.
[3] Hans-Johann Glock.
[4] Cfr. Franca
D´Agostini.
[5] Cfr. Hans-Johann Glock.
[6] Este personaje fue conocido en el siglo XIX por Las aventuras del Barón de Münchhausen una colección de historias basadas en la vida
y milagros de un noble alemán que, al retornar del ejército ruso, cuenta sus anécdotas
fantásticas e irracionales a sus amigos. El folklore popular europeo envolviendo
a estas historias con sus particulares fantasías y Rudolf Raspe las recopiló y
pintó con tonos satíricos, y después, Gottfried Bürger, las tradujo al inglés
colocando algunas gotas de su propia cosecha. Así nació la fama de embustero crónico
del Baron de Münchhausen con una fama de embustero o loco.
[7] Óscar
Wilde. El fantasma de Canterville. Traducción
de Eva Zimerman. Barcelona: Norma, 1992,
[8] Cfr. Antonio Sangalli y Bruno Biotti. Edith Stein. Una vida para la verdad. Madrid: Encuentro, 1989, p.
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