Universidades caricaturescas
El grupo de poder de El Comercio anda preocupado de que los ciudadanos, por medio del Estado,
podamos intervenir y denunciar los casos en los que la educación universitaria
resulta una estafa. Me entero de esto en Arequipa, en un viaje en que escapo
de Lima, pero en el quiosco de la Plaza de Armas el titular del periódico reza
“La universidades rechazan ley que viola su autonomía” y el editorial: “Uniforme único universitario”.
El Comercio ve con buenos ojos
que -como antaño los latifundistas decidían el trato de
sus peones al margen de la ley-, los propietarios de las universidades sean los únicos que decidan
quiénes son intelectuales probos que merezcan ser decanos y autoridades de las
Facultades y cuáles son los contenidos de los sílabos de los cursos, y El Comercio presenta una confrontación engañosa entre universidades
privadas versus universidades
públicas. Pero el debate no es ése.
La discusión es si pueden inaugurarse impunemente
universidades que, lejos de formar profesionales especializados y con valores
cívicos, sólo se encarguen de dotar a sus alumnos de municiones, alicates y
pernos para resolver problemas técnicos, despojados de
una mirada panorámica, una actitud reflexiva y crítica. La universidad forma ciudadanos, la empresa busca empleados y clientes y su interés primordial es ganar muchísimo dinero. El ex rector de la Universidad del
Pacífico, Felipe Portocarrero, sostuvo que la función esencial de
la universidad está asociada a los valores que transmiten los profesores en las
aulas y abrir las mentes de los estudiantes hacia nuevas preguntas, imaginar cómo
sería estar en el lugar de los menos favorecidos, las minorías, y así la existencia se hace profunda e intensa, pues estaríamos alentados a superar las
injusticias y miserias. Kafka sintetizo ese ideal: un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro.
En mi viaje a Arequipa, yo quería
distenderme del tema de las universidades que, gracias a la dictadura de
Fujimori, comenzaron a prosperar al margen de la ley universitaria, y de aquellas que
se pasaron gozosamente a ese nuevo régimen. Gastón Acurio, que tiene en mente poner varias
salchipaperías rodantes en Lima, se opone al proyecto de
ley contra la comida chatarra, pero jamás aprobaría que los restaurantes “elijan” respetar la ley de registros sanitarios.
Imagino cómo sería el silabo
del curso de Ética diseñado por Carlos Boloña, personaje que, además de rector
de la Universidad San Ignacio de Loyola (1995-2000), como ministro de Economía
y Finanzas, entregó a Vladimiro Montesinos quince millones de dólares en la
consideración de “Compensación por Tiempos de Servicios” –lo hizo, dice, para que
Montesinos se alejara del régimen-. Imagino también qué contenidos
tendría el silabo del curso de Realidad Social Peruana escrito por el mismo
Boloña cuando perjudicaba al Estado peruano haciendo que subvencionara la
publicidad de las poderosas AFPs. Buscar coherencia entre las acciones de dicho
empresario y su anti-intervencionismo, es
tratar de comprender la expresión enigmática de “Ética de los Negocios” –en
su visita por Lima, Terry Eagleton calificó a esos cursos de oxímoron- y es como
tratar de encontrarle sentido respetable a la expresión “inteligencia militar”.
El Comercio alza el dedo
índice, ¡qué horror!, y nos alerta que de prosperar el proyecto de ley
universitaria, la sociedad peruana perdería las múltiples opciones que hoy
existen en el mercado entre, por ejemplo, la Cayetano Heredia versus la Universidad Alas peruanas,
entre la PUCP versus la Universidad
Tecnológica del Perú, entre la San Marcos versus
la Universidad Peruana de Ciencias e Informática, entre la Ruiz de Montoya versus la Universidad Peruana de
Integración Global (UPIG), universidades que no hacen sino ofrecer un servicio,
y allá el cliente que las escoja. Con la ley universitaria, continúa El
Comercio, nos veríamos privados de escoger entre esas plurales ofertas de
jabones -¡perdón!- de centros de estudios universitarios. Y más grave aún
seríamos arrastrados por los intereses de los burócratas de turno, gente intrínsecamente desmotivada, sin el estímulo de enriquecerse económicamente, y títeres y polichinelas de los intereses de los
gobiernos.
La visión del poder económico peruano es que todos por único fin tener los bolsillos gordotes; pero se olvida que existen
intelectuales, artistas, académicos cuyo interés primordial no es obtener
riqueza, como en vida fueron recientemente Vicente Santuc, Leopoldo Chiappo,
Constantivo Carvallo, el filósofo Juan Abuggattas, entre otros tantos, y
suprime la existencia en el presente de personas como Fidel Tubino, Fernando de
Szyszlo, Salomón Lerner Febres, Paulina Arpasi, Miguel y Gustavo Gutiérrez,
Víctor Delfín, Mario Vargas Llosa, Pepi Patrón, Nelson Manrique, Max Hernández,
Felipe Portocarrero, León Trahtemberg, Hernando de Soto, Óscar Ugarteche y
muchos otros que, ya sea que tengan una inclinación a lo que abreviadamente se
llama derecha o izquierda, coincidirían en diversos puntos sobre la forma y
fondo de la vida universitaria peruana, y, por poner un ejemplo amplio, ellos aprobarían que en las universidades los estudiantes tengan el derecho y
el deber de formar centros federados, y, sobre un caso puntual, alertarían a la
ciudadanía de aquellas universidades que tienen la mención en “Psicología Empresarial”,
una publicidad engañosa hacia los postulantes. Dicho sea de paso, en una de
esas universidades-empresa, cada cierto tiempo aparecen escuadras de
japonesitos encasquetados y con mamelucos blancos cuyo ritual es señalar,
asombrados, las modernas instalaciones.
Los propietarios de las
universidades son quienes deciden qué mención obtienen sus egresados y también
deciden si se les permiten a los estudiantes agruparse en Centros Federados,
sostiene El Comercio. Pero, igual, desde el consenso que debe proponerse entre
los intelectuales, los académicos y los artistas, según el cual la universidad
si premia a sus alumnos debe hacerlo con prácticas y desafíos en el área
intelectual y social, esa instancia de intelectuales vería con curiosidad
aquella publicidad que anuncia la exclusiva alianza entre una universidad limeña y la Corporación
Walt Disney World.
A mí me sobresalta ver que
varios de esos centros del saber, los que no están en la ley universitaria y
los que se salieron de ella, se ufanen de no permitir Centros Federados y digan
que sus alumnos no hacen politiquería y aprendan, y,
sin embargo, una de esas universidades tiene en el patio principal una estatua
de dimensiones apoteósicas de don Fernando Belaunde Terry, y otra tiene una
capilla católica para sus contritos y desideologizados estudiantes. El
editorial de El Comercio aplaude que los jóvenes universitarios se unieran y
protestaran en el 2000 una vez salido el video Kouri-Montesinos –en realidad,
los universitarios salieron mucho antes, cuando Fujimori destruyó el Tribunal
Constitucional-, pero el estudiante que salió a las calles hacia Palacio de Gobierno no fue hechizado por las páginas sociales de Somos ni por IDAT (que en computación
es un monstruo).
Por la tarde en Arequipa conocí
las callejuelas, las casonas y una iglesia de 1750 del barrio de Yanahuara, y
desde la plaza se pueden ver los tres volcanes majestuosos de la ciudad: el Misti,
el Chachani y el Pichu Picchu hacen que uno evalúe las dimensiones de las
neurosis personales como liliputienses, y, desde su imponencia, trasmiten y renuevan ciertos
compromisos con el entorno. En
los Arcos del Mirador de Yanahuara está inscrita una frase de Jorge Polar:
“Años se ha batido Arequipa para conquistar instituciones libres para la
patria. No se nace en vano al pie de un volcán”, y recuerdo que en la
Universidad San Martín a los alumnos del doctorado se les
consulta en tono respetuoso: “¿Cree que el profesor asiste a clases
adecuadamente vestido?
La ley universitaria, insiste sus detractores, es el caballo de Troya de los angurrientos políticos con planes
autoritarios de la laya de Chávez, Kirchner y Correa, gente que desea silenciar el caos socialista, y en la universidad,
en cambio, debe respirarse una democracia que lleve a los alumnos a oponerse a gobiernos de facto, como ocurrió con Fujimori: los
verdaderos universitarios no necesitan de Centros Federados para saber decir al
pan pan y al vino vino.
La verdad oculta en ese feo
proyecto –continúo interpretando a El Comercio- es la ola caviar que odia a la
empresa privada y sueña con expropiar. Y su odio específico contra las nuevas
universidades descansa en un prejuicio: creer que la promoción libérrima de
universidades nuevas y eficaces nació fallada porque su obstetra fue Alberto
Fujimori en 1990. Son prejuiciosos porque no cuentan con las pruebas del
supuesto debacle de dichas casas de estudios, y las universidades son
inconmensurables, incomparables unas de otras, y eso es ser fiel al espíritu de
autonomía universitaria.
“Se debería aplaudir de pie a
los empresarios que apuestan por la educación en su país, creando una
universidad acá, otra allá, pues gracias a ellos cada vez más nuestros jóvenes
tienen acceso a estudios de nivel superior, un título universitario, que para
sus abuelos habría sido impensable. Además -y no es poca cosa-, los propios
estudiantes de las nuevas universidades se sienten más satisfechos que la de
las universidades que no van al grano. No ver esto es tapar el sol con un dedo.
Y finalmente esas calumniadas universidades, como Alas Peruanas o la UPIG (a
pesar de su cacofonía), pueden sentirse honradas: sus estudiantes perciben que
la calidad de sus enternados catedráticos es superior a la de las universidades
que tienen esos aburridos Estudios Generales (60% vs. 33%). El alumno, lo mismo
que el consumidor, sabe cuándo tiene al frente un buen producto: un profesor
divertido, que no perturbe el sano sentido común de los jóvenes, será premiado con
una altísima encuesta, y el amauta a su vez recompensará a sus estudiantes con
buenas notas. Ese es el modelo que triunfa en los negocios, señores, y la
universidad, si lo sigue, será más universidad. Corre la leyenda que en algunos colegios de la caviarada, cuando las autoridades escuchaban que en una clase
todo iba regio, pensaban que entonces no se estaba educando. Allá ellos. Hoy el
espíritu universitario se maneja en la aséptica relación empleado-cliente. Si
hay alguien aquí que debe ser protegido es pues ese orgulloso educando que sabe
distinguir entre las universidades que conspiran y las que dan a luz emprendedores”.
En mi recorrido de hoy,
finalmente, llegué a la Biblioteca Mario Vargas Llosa, una casona preciosa, de
muros recios, y con un pasadizo que desemboca al patio principal que tiene
una pileta y, al fondo, más entradas abovedadas y salas de lecturas. Están las
novelas y ensayos del autor de “Conversación en la Catedral” y muchos otros
novelistas, pero tomo un libro de entrevistas en que Roland
Forgues le pregunta a Vargas LLosa por el compromiso del escritor y del intelectual. Gracias a Jean-Paul Sartre, Vargas Llosa vio que el intelectual debía sostener su
punto de vista mediante la escritura, de que las palabras son acciones y lo peor es darse por derrotado, pese a que la realidad no fuese a cambiar casi
nada con el pequeño aporte del escritor. Salgo de la biblioteca, compro un queso helado, me siento en una plaza y observo al imponente Misti... ¿Puede uno permitir pasivamente las pericoteadas de El Comercio?