Farmacia de sofistas
En su versión crítica, la filosofía
advierte los problemas que subyacen al uso incauto o malintencionado de
conceptos, y, en su versión terapéutica[1], el quehacer filosófico desenreda malentendidos conceptuales, y los
sofistas hicieron eso, analizaron argumentos y disolvieron enredos mentales. Así
sucedió en el siglo V a. C. cuando los sofistas se ocuparon de sopesar el
cúmulo de sentimientos en tensión y convulsos heredados de los exuberantes poemas
de Homero y de la tensión psicológica de las tragedias de Esquilo, Sófocles y
Eurípides. La tarea no fue fácil, se trataba de aclarar –si acaso es posible-
la complejidad de las emociones anudadas en la tragedia. Pero los sofistas
contaron con una ventaja. Los jóvenes, en lugar de interesarse por asuntos del
cosmos, eran atraídos por temas jurídicos y morales, y buscaron a los sofistas
como maestros que los adiestraran en las polémicas éticas y políticas. Grecia
contaba con mayor estabilidad en el régimen democrático y se incrementó el
número de participantes en discusiones políticas.
¿Qué
enseñaban los sofistas a esos jóvenes que los buscaban para que los entrenasen
en las discusiones? A desenvolverse y argumentar sobre temas políticos y
jurídicos, y si bien hubo sofistas que impartieron esas clases de oratoria con
virtud, hubo otros que hicieron todo lo posible para ganarse la mala fama de
negociantes, jactándose de enseñar el arte de la retórica y la elocuencia en el
sentido demagógico, y, además, negaron que exista un mínimo de objetividad en
las pautas morales, y así estos sofistas cínicos hicieron de los litigios
jurídicos un simple ejercicio florido y hechizante, jugado a quién transformaba
el argumento más débil en el más fuerte. Ese juego de costra retórica se ve en
una discusión banal entre un maestro sofista y su pupilo. Una vez concluida las
lecciones de retórica, el maestro pidió al discípulo que pagara. El pupilo
respondió: «No pagaré. Si he aprendido retórica, entonces te convenceré. Si no
te convenzo, no tengo que pagar una pésima enseñanza». El maestro retrocedió,
alarmado, ante el pequeño sofista. Y dijo: «Tienes que pagar. Incluso si logras
convencerme de no pagar, esto demuestra que has aprendido».
Pero no
todos los sofistas fueron demagogos. En el plano pedagógico, Protágoras deseaba
políticos elocuentes, argumentadores sinceros, y este filósofo personificó a
quien de verdad creyó que era imposible conocer cómo son las cosas en sí mismas
al margen de la experiencia de cada individuo. Se le recuerda por la frase «El
ser humano es la medida de todas las cosas».
Protágoras negaba que se pueda conocer el orden natural al margen de la
percepción de cada persona, cada individuo afirmar si un objeto es frío,
chirriante, lejano, salado o inodoro. Según Protágoras, cada persona percibe el
sabor de un pan recién horneado como agradable o repugnante, sin manera de
conocer el sabor del pan en sí mismo. Ninguna
opinión es más verdadera que la otra, pero se puede conocer las opiniones
opuestas y detectar las útiles.
Muchas veces para un enfermo el remedio es horripilante y para un médico es
necesario suministrarlo; preguntarse por cuál es la opinión verdadera entre los
dos sería inútil, la pregunta es cuál es la opción práctica, y aquí radica la analogía
entre la filosofía y el fármaco: «con la educación ha de procurarse el cambio
del estado peor al mejor. [Y] mientras el médico produce el cambio mediante
fármacos, el sofista lo produce mediante discursos» (Platón. Teeteto,
157A).
Durante
sus viajes los sofistas vieron asombrados cómo un hecho objetivo e indubitable
en una cultura era valorado diferente en otros pueblos, y la
filosofía comenzó a dar un giro antropológico. De modo que si los presocráticos
se ocuparon de explicar la naturaleza por medio de leyes válidas en todas las
culturas, los sofistas buscaron subrayar las diferencias entre pueblos. Heródoto
no fue sofista sino historiador, y escribió sobre el arraigo que genera en cada
pueblo las propias costumbres y tradiciones. El rey persa Darío I hizo llamar a
unos griegos y les preguntó ¿por cuánto dinero se comerían a sus padres
muertos? ¡Nunca! De inmediato llamó a unos calatías, pueblo cuyo ceremonial es
comer el cadáver de sus padres, y les preguntó ¿quemarán los cadáveres de sus
padres?, y los calatías le suplicaron que no blasfemara.
De
encuentros frecuentes con otros pueblos, como el narrado por Heródoto, los griegos
aprendieron a ser tolerantes frente a diversas tradiciones, y esto motivó el
brote del arte, la filosofía, la ciencia y de la civilización griega.
Y, los sofistas, al
ser maestros viandantes, conocían diversas civilizaciones y cuestionaron que la
cultura griega –sus creencias, sus valores y sus costumbres- fuese sido, ella
sí, creada a partir de un modelo natural. Las convenciones sociales que ponían
orden en la vida pública eran distintos a las leyes que regulaban los
movimientos de los planetas, y alegar un único modo correcto de socializar era
ridículo.
La
mentalidad mítica y arcaica creyó que el cosmos era ordenado por los caprichos
de los dioses; los presocráticos dijeron que el Universo poseía leyes
inmanentes; y las recreaciones de las tragedias presentaron leyes de los dioses
y leyes de los humanos. Mientras Sófocles, en sus tragedias, preguntaba si
existían leyes por encima de los veleidosos dioses, Eurípides
abandonaba el presupuesto del destino: la vida es absurda. Los sofistas, por su
lado, tenían que responder en qué sentido podían existir leyes no divinas, y si
al negarlas era inexorable que la vida fuese irracional. Prefirieron
reinterpretar la pregunta de Sófocles: ¿los
dioses existen o dependen de las creencias culturales? El presocrático Jenófanes
fue una referencia para los sofistas:
Los etíopes
dicen que sus dioses son bajos y negros, mientras para los tracios sus dioses
tienen los ojos azules y el pelo rubio.
Si los bueyes,
los caballos o los leones tuvieran manos y fueran capaces de pintar con ellas y
de hacer figuras como los hombres, los caballos dibujarían las imágenes de los
dioses semejantes a las de los caballos y los bueyes semejantes a las de los
bueyes.
Los sofistas vieron que el opuesto del destino no
era el absurdo, sino lo convencional. Si bien es cierto que, en
el terreno teórico, los sofistas desembocaron en un escepticismo acerca de si
se puede conocer objetivamente al mundo, también distinguieron lo natural y lo
convencional. Las leyes de las culturas, lejos de ser obra de dioses, de la
naturaleza o del destino, son creadas por consenso y disensos entre ciudadanos.
Las leyes sociales son modificables, transformables, no es necesario padecerlas
pasivamente. Los sofistas facilitaron, así, el camino para criticar el statu quo que, hasta hoy en día, tiende a
justificarse en un supuesto orden natural de las cosas.
Las
convenciones sociales, para algunos sofistas, restringen negativamente la
naturaleza del ser humano y reprime los instintos y, si pudieron ser invisibles
e impunes, robaríamos (Glaucón), y otros sofistas, por el contrario,
sostuvieron que esas convenciones significaban un progreso de la civilización
(Protágoras), aunque otros advirtieron que la cultura beneficia al más fuerte y
no debía ser así (Trasímaco).
También
el grado de escepticismo entre ellos variaba (no conformaron un club de dogmáticos)
y hubo sofistas para quienes las convenciones eran dañinas en el desarrollo de
las diferentes potencialidades de los individuos, pues la civilización pone de
cabeza lo natural, y el débil domina al fuerte (Gorgias); y hubo sofistas para
quienes las convenciones eran beneficiosas por lograr acuerdos básicos entre
ciudadanos (Protágoras). En su diversidad, los sofistas afilaron el aspecto
práctico de la filosofía y, en su mejor versión, fue la constancia intelectual
de escuchar y ofrecer razones. La mayoría de los sofistas, además, se comparó
con médicos que dan fármacos, dan palabras y argumentos para remediar ideas
confusas. Aunque fármaco, la palara escrita que no da la cara, también
significa droga, brebaje ponzoñoso.
La ambigua botica de los sofistas, a veces, sufre una metamorfosis, y es una
droguería que vende los más atroces venenos.
Comentarios
Publicar un comentario