Segunda llamada



Este fin de semana, completamente gratis a través del canal de YouTube del Centro Cultural PUCP, se presentará Almacenados, un éxito de taquilla del 2016 en Lima. Escrita por David Desola, dramaturgo español nacido en 1971, que suele poner en escena personajes kafkianos que transitan entre el teatro del absurdo y el lacónico mundo de Samuel Beckett, y dirigida por Marco Mühletaler, Almacenados es para tratar de darle la vuelta a la cuarentena y ver al detalle el trabajo que cargamos a cuesta. 

Ni comedia de carcajadas ni melodrama para escurrir pañuelos, Almacenados nos sorprende con un chispazo de arte que en el 2002 ganó el premio Hermanos Machado. En una semana Don Lino (Alberto Ísola) se jubilará de un antiguo almacén y en cinco días, además, debe enseñarle las destrezas de apilar y ordenar astas y mástiles a Nin, el nuevo operario que observa el pavoneo y ritualismo del veterano empleado de puntualidad astral y limpieza meticulosa. Don Lino es una especie de ratita disciplinada que camina por un laberinto imaginario, y sus bigotito y dedos se excitan como tentáculos por cumplir con su microscópico deber, cuya rutina es ponerse el guardapolvo, sentarse, matar el tiempo, esperar la colación y volver a sentarse. Da la impresión que don Lino, junto al teléfono, los folders, el escritorio, es un elemento decorativo más del almacén, que podría ser remplazado por un cactus.

La llegada del joven Nin moverá la historia; con las manos en las axilas, no juzga nada, observa los desplazamientos y la inmovilidad de don Lino que parece guardarle rencor, y durante el refrigerio entre dientes a penas intercambian palabras. En cuestión de días entre ellos se engañan, se desprecian, se hieren, como todo ser humano. El logro de la obra es cómo en sus pequeñas agresiones los personajes se ven a los ojos y descubren los mil significados que ese trabajo mineral derrama.

Don Lino se ha empernado en un quehacer que detesta; los romanos llamaron a eso «tripalium», que significa trabajo y también tortura. Los monoteístas asumieron que el odioso trabajo era una condena de Dios («ganarás el pan con el sudor de tu frente», Génesis 3:19), mientras Paul Lafargue, en El derecho a la pereza, acusó que el trabajo era una vil imposición del ciego sistema de producción en masa. Esas interpretaciones desfilan en la obra cuando vemos que los protagonistas parecen aceptar esa labor banal, mecánica, que es la rutina, y que ésta se ha enroscado en los cuellos de los protagonistas.


Almacenados, no obstante, muestra que para don Lino el trabajo es también una actividad que, aunque minúscula, imperceptible y ridícula, le otorga un camino. La jubilación para este hombre que se pinta las canas es un cronómetro que le estalla en la cara y esta revelación hará que Nin decida continuar o no con el sonido sordo de la monotonía.

Comentarios

Entradas populares