Lecciones de un agente pastoral laico
Desde hace trece años Rafael Anselmi entra y sale
de las cárceles de Lima; ofrece talleres de cuento y dramaturgia a los prisioneros
en Castro-Castro, Piedras Gordas, Chorrillos y San Jorge. No recibe
remuneración y no es sacerdote. Su voluntariado despierta cierta suspicacia; no
cree en la catarsis de Aristóteles, pero quiere que la cárcel sea un taller de
escritura. Por la mañana enseña literatura en el colegio Leonardo da Vinci, ahí
bebemos un café y, mientras ponemos las cartas sobre la mesa, me cuenta su
experiencia.
Sabe que varios de los prisioneros han sido subversivos,
muchos de ellos sentenciados a 25 años de cárcel por acciones y planes
terroristas, y han salido y saldrán tras cumplir su pena. Senderistas y
emerretistas desataron una guerra en donde cerca de 70
mil peruanos resultaron asesinados y el 75% de ellos fueron campesinos humildes
y quechuahablantes de los Andes, y los peruanos no olvidamos -gracias a los
museos y monumentos, testimonios e investigaciones- que ese dolor y esas muertes
fueron propiciados por las torturas, secuestros y asesinatos de Sendero
Luminoso y MRTA.
Rafael no disimula las atroces torturas y
violaciones de los subversivos, pero me muestra una imagen del sacerdote Hubert
Lanssiers que guarda en la billetera. En el reverso están las palabras que dijo
en 1994 al recibir el Premio Nacional de Derechos Humanos: «En nombre de cierto
concepto del ser humano y en nombre de Dios que se encarna en el pobre sin
defensa, he encontrado lo peor y lo mejor. Ejemplos de humanidad que salvan el
honor de la especie».
Suena la campana del colegio, me invita a
conversar esa tarde a su departamento, en Miraflores. Ahí su perrita Fefé me
gruñe y Rafael le rasca el pescuezo. Mucha gente dice que los subversivos en
las cárceles son un gasto improductivo y que los tratados contra la pena de
muerte estorban, le digo, y Rafael, antes de responder, encendiendo un
cigarrillo, me informa que gracias a que no hay pena de muerte, el sistema
judicial peruano, y en el gobierno de Fujimori, pudo devolverles
la libertad a quienes se les comprobó su inocencia. Ademas, a nadie se le debe
quitar la oportunidad de arrepentirse y los casos siempre se revisan. Da una calada y
señala al Movimiento de Liberación
Nacional-Tupamaros que dio vida al presidente de Uruguay Pepe Mujica.
Con su
voz cavernosa, mientras da otra bocanada al cigarrillo, me cuenta que algunos sacerdotes en la cárcel rompen el
hielo apunta de lisuras, pero él opta por obviar los detalles de los crímenes,
ya están capturados. Le preocupa, sí, otra dimensión: después de veinticinco
años, en derechos de ciudadanos y ascensos económicos, hemos hecho poco para
cambiar los profundos problemas del país, la lava ardiente de los abismos
económicos, el racismo y la exclusión social. Fefé yergue sus orejitas,
es chusca, es rescatada.
Por sus
actos los subversivos no despiertan solidaridad, piensa en voz alta Rafael, la
gente siente que pudo ser asesinada por ellos, pero ¿para qué se les encarcela,
para castigarlos o reinsertarlos a la sociedad? Aplasta la colilla del
cigarrillo y afirma que el Instituto Nacional Penitenciario celebra el 16 de
julio el día de la resocialización. Quien haya cumplido su condena en prisión,
debe poder trabajar incluso en el Estado, como profesor, como político, si no es una
broma eso de que en prisión uno paga su culpa. Le pregunto quiénes por ejemplo
fueron sus estudiantes. Escucho con atención. Maritza Garrido Lecca, Alberto
Gálvez Olaechea, Elena Iparraguirre. No sé qué cara he puesto, pero Rafael me
dice que él entiende que su función no es usual. Cuando el Papa Francisco escribe que los explotados son hoy los desechos
humanos, pues, entonces, murmura Rafael, las cárceles a veces son los depósitos humanos. En ellas serás
olvidado por 25 años; adentro, con suerte y esfuerzo, puedes cambiar, pero
otros entran pericotes y salen ratas.
Subimos
a su biblioteca; encuentro retablos que le han obsequiado algunas reclusas. ¿Por
qué decidió trabajar justo con estos prisioneros? Fefé roe un hueso de juguete
y de nuevo me gruñe. Rafael me mira y me advierte que su caso no es más que el
de un profesor ofreciendo un trato humano a humanos; pero eso de
adentrarse en las cárceles y colaborar con uno de los sectores más
estigmatizados no fue fácil. Tampoco fue una decisión clara, pero uno de sus pasos fue haber estudiado en
el colegio Recoleta y admirar la enorme vocación de servicio del sacerdote
Jorge Álvarez Calderón. Luego la marea lo llevó a las
cárceles. Presentó, sí, proyectos al INPE, a la Defensoría del Pueblo. ¿Es
religioso? Es un agente pastoral laico; así se identificó una vez al entrar a
la cárcel y el capellán quedó consternado. Cuando piensa sobre su labor
descubre que es la visita de quienes no tienen visita.
Antes de
despedirnos, me regala Saint Ex, su reciente
novela corta que trata de los entretelones de El principito, la hermosa obra que trata del amor y amistad. En
realidad se la regala a mi hijo, pues le ha escrito una dedicatoria que apunta
a la pasión por la literatura. Al salir de su departamento y ordenar los
quehaceres de este hombre, veo que Rafael es fiel a la idea de que lo esencial
es invisible a los ojos.
Revista: Ideele https://revistaideele.com/ideele/content/lecciones-de-un-agente-pastoral-laico
https://exitosanoticias.pe/v1/convertir-la-carcel-en-un-taller-de-escritura/
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