irritar al poder
El periodista César Hildebrandt acaba de publicar En sus trece. Prensa que irrita al poder (2011-2018), una selección de las columnas que viene redactando en su semanario y cuyo prólogo, dirigido a quienes creen que existe prensa de conversación y de rodillas, dice que sólo la prensa que irrita a los poderosos se salva de envolver el pescado.
Quienes trabajan con él cuentan que va a la redacción con libros bajo el brazo (un anacronismo delicioso), y hace años en una entrevista literaria recordó que empezó leyendo a Óscar Wilde, en el colegio tomando apuntes, transcribiendo frases ingeniosas. De ese ejercicio, Hildebrandt hace tiempo diagnosticó el oficio de Freud: «El psicoanálisis es un viaje en primera clase rumbo a la nada».
Es un lectófago además, alguien que podía bucear en la librería El Virrey y departir con la librera Chachi sobre el periodismo de Vallejo y Mariátegui, de Valdelomar y Federico More, maestros que alzaron el periodismo y que supieron conjugar una escritura de emociones y una comunicación eficaz. El estilo de Hildebrandt se reconoce por abrasivo y cáustico, sus expresiones son descargas eléctricas y el conjunto -aunque breve- suele ser caótico. Si bien el columnista dice que se pone hielo en la cabeza para no redactar dominado por la ira, no hay paciencia en esa prosa, hay un tasajeo inclemente. Se sienta, teclea y corrige como boxeando, y su frase final es el estruendo de un balazo.
Muchas de las columnas -dice el autor- no han sobrevivido al «chisporroteo grasiento de lo banal», pero, me parece, las mejores notas son las necrológicas donde se despide de Veguita y Javier Diez Canseco, Enrique Zileri Gibson, Marco Aurelio Denegri y de Chachi, la librera de El Virrey, a quien recuerda leyendo de pie, detrás de las caladas de un pucho. Con melancolía, escribe también un obituario a Platón, su labrador negro, y recuerdo que en la televisión le repuso a un confuso teólogo alemán que pronto el Vaticano tendría que reconocer que los perros tienen alma. Entre nota y nota va salpicando cierto desasosiego ronco por la grosería de un mundo capaz de derruir el erotismo por el full contact del porno; y así, perfilándose como el filósofo rumano Emile Cioran, con sorna dice: «En perspectivas astronómicas el hombre es, como se sabe, un mono presuntuoso aferrado a una roca que da vueltas alrededor de una estrella que se habrá de morir».
Sin embargo, el adversario a quién constantemente embiste es al neoliberalismo. De los intelectuales que defienden el actual modelo económico, Hildebrandt piensa que no se dan cuenta que sólo ejecutan sofisticadas coartadas en beneficio de los plutócratas, que en nombre del pluralismo y la tolerancia se deja a la sociedad de masas en manos de los grandes consorcios, pues, en el neoliberalismo de hoy, las corporaciones y la publicidad gobiernan la aldea global, y los Chicago Boys nunca soñaron con hacer del mundo el ágora de Atenas sino un bazar persa. En esa aldea global, además, se está interconectado como nunca, pero los mensajes carecen de hondura y sobre todo de intimidad: «Una carta de Charles Darwin a Alfred Wallace vale más que todo el detritus tuitero que hoy satura las redes. La basura sentimental del Facebook no equivale ni a un párrafo de Jane Austen».
En política, por momentos, Hildebrandt da la impresión de ser pírrico, un incrédulo hasta los huesos para quien la democracia con sus elecciones quinquenales es sólo jugar con la baraja de la CONFIEP, sin embargo, recordemos que en las elecciones presidenciales del Perú, junto con otros periodistas, apoyó el mal menor para evitar que gobierne otra vez el lumpen de los fujimoristas, a quienes calificó de dinastía mafiosa. La democracia para Hildebrandt es la piedra de Sísifo, una batalla cuyos resultados son casi siempre predecibles, monótonos, pero invisibles para un pueblo cuya educación pública y privada ha sido petardeada. ¿Qué es el fujimorismo después de leer En sus trece? Es la fuerza que impuso escuadrones de la muerte santificados por el Cardenal Cipriani; es la cofradía que cree que el Poder Judicial es su prostíbulo; y es el partido de los grandes empresarios que destruyen el contrato social y pagan sueldos de hambre.
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