El último sobreviviente del boom
El Hay
Festival Arequipa empezó ayer jueves, pero hoy viernes al mediodía el Teatro
Municipal de la ciudad ha hervido de público por la presencia atractivísima de
Mario Vargas Llosa, quien además estuvo acompañado de Santiago Roncagliolo, Katya
Adaui, Mariana de Althaus, Jeremías Gamboa y el moderador Renato Cisneros.
A las
once de la mañana, la cola para ingresar al evento por la calle Mercaderes 239
cubría dos cuadras, inusitada muestra de interés por la literatura en un país
que casi no lee libros. En el Perú apenas se lee 0,86% libros al año y
recordando cifras escalofriantes, en la prueba Pisa del año 2000, entre
cuarenta y tres países, ocupamos el último lugar, y en el 2009, de sesenta y
cinco países, ocupamos el puesto número 62. Se comprende entonces que la serpentinesca
fila llame la atención, y el periodista Marco Sifuentes pescó al redactor de la
sección cultural de El Comercio Enrique Planas. ¿Por qué tanta gente viene a
escuchar a Vargas Llosa?, ¿quiénes son? Planas, curtido en el tema, piensa que
son lectores del escritor, personas identificadas con sus ideas políticas,
otros fascinados por el relumbrón de la figura pública y arequipeños.
El
teatro abre sus puertas, el escritor entra en la escena, irradia su sonrisa,
viste camisa celeste luminosa y un saco azul, luciendo una piel tostada y una
espalda perfectamente arqueada que lo rejuvenece. El público no deja de
aplaudir. La conversación resulta cómoda, quienes acompañan a Vargas Llosa han
acordado comentar un recuerdo simpático sobre el escritor y formularle una
pregunta. Mariana de Althaus recuerda que mientras Mario escribía en 1980 La guerra del fin del mundo, ella era
una mocosa que, además de imitar a Daniela Romo, se inmiscuía en casa del
escritor por la amistad con Morgana, siendo capaz de interrumpir y sacar del
escritorio a Vargas Llosa y obligarlo a ver sus precoces e informales piezas de
teatro. El escritor ha contado varias veces que él empezó con el ánimo de
escribir teatro, animado por Arthur Miller, no en vano, con quince años, en
quinto de secundaria presentó La huida
del inca (1952) en el colegio San Miguel de Piura. Pero ser un dramaturgo
en el Perú lo desanimaba profundamente, pues era poca la actividad de los
teatros y quienes lo hacían en esos años –Sebastián Salazar Bondy y Juan
Esteban Ríos- poseían un radio de acción minúsculo.
Santiago
Roncagliolo, autor de La cuarta espada,
cuenta que la primera impresión que tuvo de Vargas Llosa fue en 1990, a sus
quince años, durante la campaña del FREDEMO, y quedó interesado por ese
intelectual que no era de izquierda y representaba varias ideas contrarias a
las de su familia. En la necesidad de rebelarse ante sus padres y tíos
progresistas que le aceptaban todas sus ocurrencias de rebeldía, Roncagliolo descubrió
que le admitían casi todas las discordias, menos una: admirar a Vargas Llosa.
En las templadas discusiones familiares, el último recurso que finalizaba la polémica
era “Todos los intelectuales son de izquierda”. Roncagliolo, esforzándose por
guardar compostura, se limitaba a decir: “Todos no”. Y cuando decidió irse a
España y buscar la vida de un escritor, su familia le vaticinó el peor de los
futuros, las desgracias más atroces, ¿acaso no todos los escritores eran unos
fracasados y alcohólicos? Y Roncagliolo: “Todos no”. Agarró las maletas rumbo a
España y encontró fracaso tras fracaso, y cuando estaba a punto de
desilusionarse por completo entrevistó a Vargas Llosa. En tono risueño cuenta
que estuvo a punto de decirle: “¿Por qué no me dijiste que era tan difícil?
¿Por qué me has engañado?” Vargas Llosa es entusiasta, nos cuenta que hace dos
días conversó con dos jóvenes editores del Perú que le aseguran que cada año el
número de libros publicados aumenta y, así, augura más facilidad para los
jóvenes escritores.
Jeremías
Gamboa es uno de los cultores en el Perú de ese género llamado escritura de no
ficción. Gamboa ha contado que mientras escribía Contarlo todo, en los ratos de ovo-distracción pensaba que Vargas
Llosa lo miraba. Lo mismo hacía Vargas Llosa con La ciudad y los perros imaginando que detrás de él estaban los ojos
de Julio Cortázar. Gamboa preserva el manuscrito de Contarlo todo con las anotaciones, observaciones de Vargas Llosa.
¿Qué le dijo el escritor? Mata a Narciso, castiga el estilo. Se modesto ante la
novela. No eres mejor que la novela. No eres más inteligente que la novela.
Escúchala, obedécela. Otras veces Vargas Llosa simplemente le preguntaba “¿Cómo
va eso? ¿Ya es un torrente? ¿Ya brota? ¿Ya es un caudal que te sobrepasa”. Sí,
sí, sí, respondía Gamboa emocionado, pero ahí mismo Vargas Llosa le decía:
“Bien, bien. Ahora estructúralo”. El público celebró la anécdota infiel de
Gamboa, pero Vargas Llosa tomó la palabra y le preguntó: “¿Y de casualidad no
recuerdas si, a la vez que te dije todas esas cosas, al final también te dije
que no me creas nada de lo dicho?”
La mesa
parecía concluida, con un auditorio chispeado, cuando a Gamboa se le ocurrió
invitar al moderador a no inhibirse y preguntarle al escritor. Entonces, en ese
tono cordial que nunca queda mal con nadie y con el rodeo del que mide y quiere
a la víctima, y sabiendo que era la última pregunta en esa mesa, Renato
Cisneros arriesgó una afilada puñalada: “Y Mario, con todos los signos de
vitalidad que llevas, ¿qué se siente ser el último del boom latinoamericano?
¿Qué se siente ser un sobreviviente?” Un instante
atónito se posó en la sala; Mario respondió:
- No es
fácil aceptar la idea de la muerte. Cuando trabajo con creación, no aparece la
muerte. Cuando uno va perdiendo a los amigos, cuando comienzan a morir es
terrible. Ahora, yo fui el más joven del boom, de esos que creíamos que ser
escritor pasaba por vivir en Europa, (una ingenuidad de mi parte), pero vivir
en Europa me permitió descubrir la literatura latinoamericana. En fin. Creo que
nunca he temido a la muerte. Ese miedo lo he evitado siempre. Lo mejor es vivir
con intensidad, con creación. Sé que mientras trabajo, mientras tengo proyectos,
estoy vivo. Cuando tengo la obsesión de hacer planes quinquenales, yo vivo. La
muerte me llegará trabajando. Si morimos en plena vida, nos convertimos en
bosta, en fantasmas. Y nunca hay que perder la ilusión. Yo seguiré en planes
quinquenales (aunque una voz me diga que no podré cumplirlos). No hay que morir
en vida.
Me encantó 💕
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