50 años de Velasco

Útero



Juan Velasco Alvarado dio un golpe de Estado el 3 de octubre de 1968 y aplicó una Reforma Agraria que, por la ausencia de debates con hechos y cifras, sigue siendo un nudo de escorpiones entre peruanos. ¿Qué significó la reforma agraria, quién fue ese entorchado generalote que unos ven como el demonio encarnado cuyo remedio enfermó más que la enfermedad, y otros describen como el ícono de acción eficaz contra años de servidumbre indígena?



En los años 60 los intelectuales y profesionales apoyaron la Reforma Agraria, el Perú vivía bajo las estructuras de poder de la Colonia -del Medioevo importado de España- que eran criticadas por los ilustrados, ensayistas, escritores y satíricos del mundo moderno. De esa influencia, a inicios del siglo XX, Manuel González Prada (1844-1918) y José Carlos Mariátegui (1894-1930) fueron nuestros ensayistas independientes que, no le debían nada a los claustros universitarios, nos regalaron páginas audaces, fecundas. Gonzáles Prada vio que la educación por sí sola no eliminaría la República de señores y la de siervos, y el problema del indígena, dijo, más que pedagógico era económico y social, por lo que la forma de cómo resolverlo pasaba por ver que los opresores jamás otorgarían derechos a los explotados. Con sorna y firmeza escribió:


«O el corazón de los opresores se conduele al extremo de reconocer el derecho de los oprimidos, o el ánimo de los oprimidos adquiere el valor suficiente para escarmentar a los opresores. Si el indio aprovechara en rifles y cápsulas todo el dinero que desperdicia en alcohol y fiestas, si en un rincón de su choza o en el agujero de una peña escondiera un arma, cambiaría de condición, haría respetar su propiedad y su vida. A la violencia respondería con la violencia, escarmentando al patrón que la arrebata las lanas, al soldado que le recluta en nombre del Gobierno, al montonero que le roba ganado y bestias de carga. Al indio no se le predique humildad y resignación, sino orgullo y rebeldía. ¿Qué ha ganado con trescientos o cuatrocientos años de conformidad y paciencia? En resumen: el indio se redimirá merced a su esfuerzo propio, no por la humanización de sus opresores. Todo blanco es más o menos un Pizarro, un Valverde, un Areche».




El anarquista de largos bigotes aburrido de las jeremiadas de que la educación realizaría los grandes cambios, vio que «nada cambia más pronto ni más radicalmente la psicología del hombre que la propiedad». Y en 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, José Carlos Mariátegui afirmó que sólo resolviendo el problema agrario mejoraría la economía del campesino. Porque la prédica humanitaria y eclesiástica, la buena fe no habían detenido a los explotadores en el Perú y en el mundo, ¿no? Y así Mariátegui pensó que al liquidar el feudalismo (de la que sólo gozaban los herederos de los encomenderos: gamonales y terratenientes) desaparecería la servidumbre indígena. Eran tiempos violentos y Velasco lo sabía. 















La Reforma Agraria, inspirada así en los años de Jean-Paul Sartre y Franz Fanon (Los condenados de la tierra), quiso poner fin al dominio de la oligarquía, del latifundio y quiso darle al país un instrumento para eliminar la injusticia social, pues un campesino próspero era la mejor garantía del desarrollo armónico. La Ley de Reforma Agraria se promulgó el 24 de junio de 1969 y Velasco dijo:

«Esta no es una ley de despojo, sino una ley de la justicia. Y sí por cierto, habrá quienes se sientan afectados en sus intereses, éstos por respetables que sean, no pueden prevalecer ante los intereses y las necesidades de millones de peruanos quienes, al fin, van a tener un pedazo de tierra para ellos y sus hijos en el suelo que los vio nacer».


El discurso culminó con la frase «¡Campesino, el  patrón no comerá más de tu pobreza!» y  la Reforma Agraria buscó desactivar el poder de una minoría que poseía la mayor parte de tierras cultivables: el 76% de las tierras correspondía al 0.5% de las unidades agrícolas. Tarde o temprano tal disparidad reventaría, como años después sucedió de forma execrable con Sendero Luminoso, y lo que buscó Velasco fue que el Perú no fuera una olla de presión. No reconocerle ese mérito es típico de quienes fustigan la frasecita «a nadie le gusta que le quiten lo que es suyo», pero, vamos, scouts, los esclavos nunca debieron ser propiedad de nadie.


Hoy continúa el maremágnum sobre la dictadura militar de izquierda que encabezó Velasco porque es difícil poner en la balanza los logros y yerros de la reforma agraria. Sus aciertos fueron acabar con el Perú feudal, el gamonalismo e instituciones infames como el pongaje. Velasco, sí, trasformó la idiosincrasia de la gran hacienda que era el Perú y el andino dejó de ser siervo, y, sin embargo, los termocéfalos dan la espalda a la evidencia que muestra que tal égida nos dejó con una economía arruinada. Las tierras expropiadas pasaron a las manos de burócratas, a comités públicos y sin experiencia técnica ni cooperativa que descuidaron de forma terrible la tecnología, y riadas de pobladores y sus hijos fueron hundiéndose más en un océano de pobreza. Después de 20 años, los campesinos parcelaron un 80% de esas tierras, rechazando, en la práctica, la solución comunitaria, colectivista, de la reforma agraria.  






¿Podremos evaluar las intenciones de Velasco, dejarlo de ver como un verdugo rencoroso, amargado, y, de otro lado precisar los efectos económicos de sus reformas? Por 1977 estuvo en Washington, en el hospital Walter Reed, y fue visitado por el artista Fernando de Szyszlo, crítico atento de la Reforma. Hacía calor, el pijama de Velasco dejaba ver el muñón de la pierna amputada. En la conversación los temas fueron duros -expropiación, por qué intervenir a la prensa, los estudiantes en Huanta- y Velasco, aún musculoso, blandía el muñón. Szyszlo afirma que no le pareció muy inteligente, pero sí un apasionado del Perú y honesto, pero equivocado. Hubo un momento en que el muñón guardó reposo:


               
- ¿Sabe usted cuándo me empecé a interesar por la política peruana? -dijo Velasco-, Yo era capitán y estaba destinado a Puno. Ahí, en la biblioteca del cuartel, leí un libro de Carleton Beals, Fuego sobre los Andes [1943]. Fue el libro que me reveló descarnadamente la situación de los indios en el Perú. La injusticia, los terratenientes.






Marco Aurelio Denegry y Guillermo Nugent

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