Amores de Freud
Nada revela más que el enamorameinto a una persona y Freud fue un ser intenso en quien combatían los instintos y las represiones. Le escribió a Martha, su novia, más de novecientas cartas durante cuatro años, tiempo en que vivieron separados y al emprender la correspondencia Freud consultó a Martha si prefería la escritura latina o gótica. Ambos se escribían todos los días y las cartas de cuatro páginas se consideraban cortas –algunas llegaron a veintidós carillas-. Muy enamorados, Freud la quería además como camarada de lucha intelectual, que se le uniera atacando a la familia de ella, y, al resistirse, Freud la acusaba de débil y cobarde, y le deslizó un ultimátum: si pensaba distinto, era una traidora. "En ese caso pondremos fin a nuestra correspondencia. Ya no tendré ninguna exigencia que hacer. Mi anhelante y tempestuoso corazón habrá muerto. […] Si no eres aquella por quien te he tomado, mía es la culpa por haber buscado tu amor sin conocerte […] Una mujer debe suavizar, no debilitar al hombre".
Al día siguiente él se disculpaba, pero volvía a la carga comiéndose las uñas de celos, con exigencias tragicómicas: «Ahora tengo que hacerte una pregunta de trágica seriedad. Contéstame por tu honor y tu conciencia si el último jueves a las once sentiste menos cariño hacia mí, o más fastidio que de costumbre, o acaso me fuiste realmente infiel, como dice la canción». Estaba preso por unos celos que sólo existían en su cabeza. «Cuando vuelven a mi recuerdo tu carta a Fritz, pierdo todo control sobre mí mismo, y si tuviera el poder necesario para destruir todo el mundo, inclusive nosotros dos, lo haría sin vacilar». Estas manifestaciones provienen del primer mes de noviazgo.
Cuando Martha guardaba silencio, Freud la detestaba por evasiva, él prefería que los conflictos se plantearan de cara al sol. Freud le exigía absoluta fidelidad, pero llegó el momento en que se percató del error de poseer una muñeca. «Renuncio a mi exigencia. No necesito un compañero de armas, tal como yo tenía la esperanza de hacer de ti: soy bastante fuerte para luchar solo. No volverás a oír de mí ni una sola palabra áspera. Observo que no logro en ti lo que he querido, y que perderé a mi amada si persisto. He reclamado de ti lo que no está en tu naturaleza, y nada te he ofrecido a cambio de eso… […] Tú sigues siendo para mí mi preciosa y dulce amada».
Freud fue tiránico con Martha, le prohibió dormir en casa de una amiga, pues la amiga había convivido antes de la boda, y el iracundo profeta bíblico le prohibió «el contacto con semejante fuente de contaminación moral». Continuaron otros enfrentamientos y, como le encantaba el conflicto, una vez casado subió el nivel de sus tensiones al conocer a su suegra. Una devota ortodoxa y ritualista de estrictas reglas (justo lo que Freud despreciaba) y en una carta trazó un bosquejo de su suegra: «Es fascinante, pero extraña, diferente, como lo será siempre para mí. Busco en ella las semejanzas contigo, pero difícilmente encuentro alguna. Su misma calurosa cordialidad tiene el aspecto de condescendencia, y es una persona que exige ser admirada. Preveo que tendré más de una oportunidad de hacerme antipático a ella, y no me propongo evitarlo».
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