Sor Lucía Caram
En el Perú, lástima, no hay una sor Lucía Caram que oriente a los creyentes y diga por qué los líderes de “Con mis hijos no te metas” tienen poco de cristianos. Es compañera de ruta de quienes bregan por condiciones de justicia social y sobre el sexo reconoce lo obvio, los creyentes han sido martirizados con terrores absurdos de la Iglesia. Por sus acciones y declaraciones, esta valerosa mujer no se encadena al voto de obediencia y de la Biblia destaca los pasajes pertinentes para nuestra época. No cree en el Génesis ni que María haya sido virgen y los conservadores se jalan los pelos cada vez que sor Lucía arroja chorros de kerosene sobre fuego.
No ha ido al fastuoso Vaticano por temor a perder la fe, pero afirma que la Iglesia está en las bases y en las periferias humanas. Ella ama la vida, cree en las personas; militante de la esperanza, quiere redescubrir la belleza y recordar que ser justos es posible, la política es demasiado importante como para dejarla en manos de los políticos profesionales. Su pensamiento crítico no se apacigua con limosnas y su receta es clara: ponerse en la piel del explotado y a partir de ahí «reventar el sistema» por las costuras, desde la no violencia, porque por arriba no cambiará nada.
Religiosa dominica, es argentina y reside en Cataluña. Viste hábito y su radio de acción es amplísimo. Ella misma reivindica ser una monja de claustro porque ahí reconcentra sus energías y ánimos para respirar y enfrentar su segundo claustro: el mundo. Lucha pasionalmente a favor de la infancia y de los desfavorecidos y no usa celular. A ella el voto de pobreza la hace libre porque no tiene cuentas en los bancos. A ella el amor homosexual le merece respeto y, declarándose a favor de la vida, acerca de la interrupción del embarazo (o aborto) piensa que ni la iglesia ni Dios deben inmiscuirse. En el programa «Chester in love» de Risto Mejide, sor Lucía tuvo una conversación distendida y desenfadada, e hizo algo insólito: habló de su vida privada. «No he tenido relaciones sexuales, soy virgen, y tampoco me masturbo. Posiblemente venga marcado por una formación». Lo dice con cierta melancolía, apunto tal vez de reconocer el error de esa castración existencial porque añade: «Para la Iglesia era un tema que se consideraba sucio y oculto, pero yo creo que es una bendición».
Sor Lucía Caram se aleja de dos tipos de monjes que pervivieron desde el siglo IV: el anacoreta y el monástico. Ambos sienten que el mundo es perverso y escapan de él. El anacoreta vive retirado, opta por la soledad al estilo de Simeón el Estilita, el inventor del cilicio, esa túnica de pelo áspero de camello o cabra de la provincia romana de Cilicia, y cuya penitencia funambulista consistió en vivir sobre columnas de tres y diecisiete metros de altura por más de 37 años para alejarse del mundanal ruido. El monástico, en cambio, vive recluido en un monasterio, goza de cierta vida en comunidad como San Benito, quien normó la vida en los claustros prohibiendo la intimidad, las trivialidades y los chistes. Cuenta la historia que san Benito luchaba contra las tentaciones revolcándose desnudo sobre ortigas y brezos y cubierto de sangre lograba vencer el placer a través del ardor. Una vez lo invitaron a un monasterio, ahí él presentó su Reglas de convivencia, pero por su rigorismo los monjes trataron de envenenarlo y lo expulsaron. Desterrado creó su propio monasterio, la orden benedictina. A partir de aquí los monasterios tuvieron dos estilos de convivencia, retratados en El nombre de la rosa de Umberto Eco. Los benedictinos entregados a meditar, rezar y leer las Santas Escrituras, obedecían al abad y mientras contemplaban absortos a la divinidad, disfrutaban de los manjares de la abadía. Contra la riqueza de los monasterios, se irguió en el siglo XII Santo Domingo de Guzmán y fundó la orden de los dominicos, constituida por frailes predicadores que iban de aquí para allá donde se les necesitaba, que junto a los mendicantes, crearon el ambiente para San Francisco de Asís (1181-1226).
Sor Lucía Caram trota por el mundo, es una monástica de noche y mendicante de día. Cree que María y José eran una pareja normal que tenía sexo. Para modernizar a la Iglesia, piensa que el celibato tendría que ser opcional. En su recorrido va ganando los insultos más atroces de los conservadores de España y Argentina, pero también el agradecimiento de los miles de niños a quienes ayuda ofreciéndoles cursos de idiomas y menos catecismo, y telefoneando a diestra y siniestra para mejorar condiciones de trabajo.
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