Detrás del fútbol
Pussy Riot es una banda de punk de Rusia que propaga
ideas contestatarias y viene siendo una pequeña jaqueca para Putin. Quiénes
fueron esas corredoras desubicadas que zigzaguearon por el gramado, quiénes
esas graciosas que como un perrito distraído irrumpieron en una competencia de
fútbol en la que se jugaba nada menos que la final del Mundial en el Estadio
Central Lenin (rebautizado Luzhinikí).
Protestan contra Putin porque si bien Putin no ha
cedido a la presión para enterrar los restos momificados de Lenin que se
exhiben en la plaza Roja de Moscú, es admirado por su mano dura (se le atribuye
la implacable frase: «Perdonar a los terroristas es cosa de Dios, enviarlos con
él es cosa mía») y por su gobierno conservador de derecha. Putin es muy
carismático como poderoso y multifacético militar, hombre capaz de cabalgar a
lomo pelado un caballo salvaje por la Siberia, disciplinado artista marcial que
posee un cinturón negro de yudo y, por si fuera poco, osa tocar algunas teclas
del piano. Pero nada de esto distrae a las Pussy Riot y nos recuerdan que el
gobierno de Putin ha asesinado periodistas y rivales políticos, invadido países
vecinos, y, en un comunicado, le solicitan al mandatario que libere a
prisioneros políticos, no encarcele a personas sin motivos, deje de detener a
manifestantes en el país y permita una limpia competencia política en Rusia.
Desde el 2007 los investigadores Jeff Mankoff y Paul
Kennedy presentaron pruebas al International Herald Tribune de que el Estado
ruso promueve la xenofobia cuando los racistas, en lugar de aplicárseles el
peso de la ley, son expuestos a penas ridículas, como a aquellos cabezas
rapadas que asesinaron a una niña, otros que acuchillaron a un vietnamita y
otros que ultimaron a personas dentro de una sinagoga de Moscú. Putin viene
años financiando a dos partidos racistas que mueven a la opinión moscovita y
rusa en general a detestar a los musulmanes, identificándolos a todos de
terroristas. En Rusia, además, se viene educando a los jóvenes bajo un plan de
adoctrinamiento ideológico que les inculca el amor a la Madre Patria, un
chauvinismo que no pasa de postrarse ante una matrioshka, que en realidad sirve
a Putin para introducir en las escuelas textos obligatorios, ajustando la
historia a los intereses de su régimen con mantras tales como que aceptar las
condiciones del derecho internacional de los países democráticos es rendirse
ante los Estados Unidos.
Por sus letras y actuaciones públicas, las
integrantes de Pussy Riot han merecido la atención dentro y fuera de Rusia. En
febrero del 2012, por ejemplo, tres de ellas montaron un breve espectáculo en
la Catedral de Cristo Salvador de Moscú, fueron arrestadas por vandalizar a la
iglesia ortodoxa rusa y por profanar el altar de Jesús al persignarse y cantar
una canción punk. Organismos como Union of Solidarity with Political Prisoners
y Amnistía Internacional advierten que las Pussy Riot, tras haber cometido
transgresiones claramente tipificadas, viene siendo encarceladas en procesos
dilatados por el gobierno ruso.
Fue un placer ver a esas escurridizas punks desde
Perú, en que se criminaliza absolutamente todo, y donde quienes criminalizan
están más podridos que nadie. El nervio óptico de varios fascios de Lima se ha descolgado
porque sólo las han sentenciado a quince días de arresto, gracias al ojo de
organismos internacionales. Este jueves rumbo al Poder de Justicia a
devolverles a ellas ese fino pase del mundial.
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