El oscuro
«No podrás sumergirte dos veces en el mismo río» y «Todo fluye, nada
reposa» son enigmas que Heráclito (535 a. C. y 484 a. C.) arrojó a los oídos de
una elite intelectual y, por su lenguaje oracular, Cicerón lo tachó de «El
Oscuro». La filosofía de Heráclito le debe mucho a los mitos griegos que, al erguirse sobre las anchas
espaldas de Homero y Hesíodo, no conocieron ni de clérigos ni de puños de
dogmas, y permitieron que los griegos incubaran cierta libertad de crítica (aunque en el
año 399 a. c.,
acusándolo de ateo, asesinaron a Sócrates). Los griegos más intelectuales
migraron de la belleza de los mitos hacia la primera camada de filósofos –los
presocráticos- que buscaron desocultar el universo.
Las reformas de Solón, a
la par, distribuyeron a la población por sus bienes, ya no por su linaje, y
resultaba, así, indiferente si el autor de una explicación provenía de una
casta de nobles y las mejores explicaciones eran aquellas que se exponían a las
críticas de los ciudadanos. Para los presocráticos, a pesar de los cambios que
presenciaban sus sentidos, en el universo subyacía un orden permanente. En la
aparente diversidad de las estaciones y climas, de las estrellas y las mareas
existía una disposición de la naturaleza sólo accesible a la razón. Heráclito
también fue a la caza de aquel orden oculto, pero, mientras los presocráticos
eliminaron la arbitrariedad de los aristócratas acercando el conocimiento al
ideal democrático, a Heráclito le repugnaba la democracia. Padeció terribles experiencias
personales a raíz de las revoluciones políticas que desbrozaron a las
aristocracias griegas. Heráclito, que provenía de una familia de reyes
sacerdotes de Éfeso, defendió,
aunque con desdeño, la causa de la aristocracia. Cuando el filósofo Tales de
Mileto por contemplar pensativo y embelesado las estrellas, se tropezó y cayó
en un pozo, estalló en risas una muchacha tracia, y Heráclito la habrá tenido
en mente cuando sostuvo que los ciudadanos adultos de Éfeso tendrían que
ahorcarse todos, uno por uno, y dejar el gobierno de la ciudad en manos de los
niños.
Un niño inocente también
era el furioso y crepitante caudal del devenir. Las tensiones son contienda
pero también armonía; en
el caos atolondrado del devenir, Heráclito encontraba una armonía oculta a los
sentidos: en la tensión entre un arco y su cuerda, entre una lira y su cuerda,
se escondía una armonía secreta. El devenir sería
un río en continuo cambio, pero en dicho río subsiste un principio racional. Todo
fluye, excepto el flujo mismo. «Los ojos y los oídos son malos testigos si el
alma carece de entendimiento», es un aforismo clave de Heráclito.
Por ese gusto de transitar por caminos marginales, las especulaciones de
Heráclito guardan semejanzas con la soteriología de los órficos, una secta griega
que, rechazando el culto oficial de Zeus y Cronos, prefería a Orfeo y Dionisos.
Heráclito también prefirió el oído a la vista, y tanto filósofos como órficos
enaltecieron la «razón», menospreciando a los sentidos. ¿Por qué? Cuando se percibe la vivacidad de la vegetación, el equilibrio y
la fuerza de los animales depredadores, también se huele la descomposición, el hedor
y la putrefacción de lo orgánico. Los primeros filósofos buscaban lo
permanente, lo estable pese al fluir de las percepciones, e incluso Demócrito
–el primer materialista- asumió que el universo estaba formado por átomos, pero
imperceptibles. Estos filósofos debieron de ser vistos por los griegos a veces
como sabios, a veces como chiflados. Jugaron limpio, eso sí, porque a
diferencia de los órficos, los presocráticos no azuzaron ni ofrecieron vida
después de la muerte.
Una vez al sabio Anaxágoras le preguntaron si era mejor nacer o no, y
respondió que nacer y así poder ver la belleza de los cielos. Para escandalizar
a los griegos, Heráclito daba la contra y comentaba: «El cosmos son pilas de
basuras amontonadas al azar». Y festejaba la anécdota en que otro sabio fue
burlado por dos niños pescadores. El sabio les preguntó qué habían traído de
sus viajes y, mientras se arrancaban piojos y liendres que crujían entre sus
uñas, los endemoniados niños respondieron: «Traemos cosas ocultas a nuestros
ojos».
Con la fama de misántropo, «El Oscuro» se retiró
del mundo y vivió en los montes alimentándose de plantas hasta sufrirdel
estómago por beber agua sucia. Se curó enterrándonse de cabeza en un
estercolero y murió a los 60 años.
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