Envidia del pene



La crítica literaria freudiana es como el Sacro Imperio Romano: ni sacro ni imperio ni romano; ni crítica ni literaria ni freudiana. La broma es de Harold Bloom e ilustra cómo los psicoanalistas pueden sellarles diagnósticos disparatados a los hermanos Karamazov, Hamlet y Edipo reduciendo las obras maestras a disque fórmulas casi matemáticas del inconsciente, pero, claro, esos deseos inconscientes atribuidios a Gregorio Samsa, al poblado de Yoknapatawpha o la fina sensibilidad de Marcel, están imbricados en una extraña jerga. En un congreso de neurólogos y psiquiatras de 1910, un profesor advertía sobre las teorías de Freud, dando un golpe de puño sobre la mesa: «Éste no es un tema a discutirse en una reunión científica; es un asunto para la policía», y, el método del psicoanálisis –señalaba otro crítico- era objetable en muchos casos, erróneo en la mayoría y superfluos en todos. Sucedía que los psicoanalistas buscaban la contraseña abisal y secreta del inconsciente y, así, descendieron, escarbaron a ideas que limitaban con la locura o la sencilla estupidez. Melanie Klein, por poner un caso, aseguró que los niños menores de dos años eran de constitución sádica y por eso transformaban sus excrementos en armas; orinar equivalía a quemar, ahogar, mientras que las materias fecales eran proyectiles, cuchillos. Un menor de dos años sería un ser angustiado con serias fantasías destructivas de mutilación y muerte. Y, jactándose de su “hallazgo”, la terapeuta radicalizó al psicoanálisis: si para Freud el niño era un salvaje egoísta, para Klein era un caníbal asesino.

El propio Freud también había hecho de las suyas al escribir que «al analizar a varios músicos, he advertido un interés especial, y que se remonta a su infancia, a los ruidos intestinales. [Hay] un fuerte componente anal en esa pasión por el mundo de los intestinos». Y, en una carta a Ferenczi, comunicaba Freud que la tartamudez puede deberse a un desplazamiento hacia arriba de conflictos acerca de funciones excrementicias.

Pero, si de ser profundos se trataba, ¿por qué detenerse en el primer año de vida? Así empezó una carrera vertiginosa hacia la esencia de lo inconsciente. Otto Rank, en 1924, por ejemplo, tuvo una iluminación y publicó El trauma del nacimiento, sosteniendo que la angustia era el deseo inconsciente de retornar al seno materno. Ferenczi se preguntó -más arqueólogo que los arqueólogos- ¿por qué detenerse en la vida intrauterina?, ¿por qué no ir mucho más lejos, a lo recóndito?, y postuló nada menos que los seres vivos tenemos un impulso a retornar al estado de calma del que gozamos antes del nacimiento. Ferenczi sostuvo entonces que los anfibios y reptiles fueron incitados a crearse un pene para restaurar el modo de vida perdido y así restablecer la existencia acuática en el interior de la madre, húmeda y rica en alimentos; después de todo, quién puede negar que la madre es el símbolo del océano, que todo ser vivo aspira a retornar a él, y que el sueño y el coito son dos experiencias que permiten, simbólicamente, regresar a la vida acuática. Para quien cree que se está exagerando, existe una carta en la que Freud, en lugar de detener a su discípulo y asesorarlo, lo halagó: «has sido el primero y hasta el presente el único que supo explicar por qué el pequeño hombre quiere realizar el coito». Una vez alcanzada esa profundidad submarina, en la que ya no se puede escarbar más, fue Francoise Dolto quien ideó ir ahora por la tangente: «La atracción que usted experimenta por la cultura y la mística hindú corresponde a un carácter anal».

Ese torrente de interpretaciones psicoanalíticas, iniciadas con La interpretación de los sueños de Freud, no es un avance del texto de Artemidoro escrito en el siglo II d.C. titulado también La interpretación de los sueños. Una tan inválida como la otra. Sobre las mujeres, Freud escribió que él investigaba desde hacía treinta años el alma femenina y que sus resultados eran mínimos; se había preguntado «¿qué quiere la mujer?» y pensó que tratar de entenderlas era una labor condenada al fracaso, son un continente negro, insondable, aunque logró un diagnóstico: al no orinar de forma impresionante como los varones, toda niña envidia el pene y así incuban sentimientos de inferioridad. Al fin una psicoanalista se atrevió a disentir del maestro. ¿Cómo replicó Karen Horney a Freud?

En 1922 Horney se puso valerosamente de pie en el congreso internacional de psicoanalistas de Berlín, con Freud en la presidencia, y propuso una versión revisada de la envidia del pene. No negaba su existencia, pero la situaba en un contexto de desarrollo femenino normal. La envidia del pene no crea la feminidad, dijo Horney, sino que la expresa. Por lo tanto rechazaba la idea de que esa envidia condujera necesariamente a las mujeres a repudiar su feminidad.


En radical oposición al psicoanálisis, Valerie Sonalas formuló el SCUM Manifesto, la plataforma de la Society form Cutting Up Men («Sociedad para destrozar a los hombres») y estipuló una sociedad femenina unipersonal. Para el SCUM Manifiesto, las ideas de Freud están de cabeza: el hombre es un accidente biológico, una mujer incompleta, un aborto que camina. Los únicos hombres honestos son los transexuales, dice Sonalas, pues el deseo inconsciente de todo varón es ser mujer, conclusión necesaria al ver que todo varón, desde temprana edad, depende de la madre y quiere fundirse con ella. Y acerca de las mujeres, SCUM señala que hay dos clases: “las atrofiadas (las niñas de papá) y las SCUM, consagradas a la destrucción del sexo masculino. Provisionalmente, las mujeres emplearán bancos de esperma para reproducirse entre ellas y engendrarán sólo mujeres hasta que la población, evolucionada, sea XX. Los pocos hombres que sobrevivan, si son inteligentes, desearan someterse a un cambio de género; los demasiado estúpidos podrán dirigirse voluntariamente a un centro de suicidio tranquilo, rápido e indoloro. 

Comentarios

Entradas populares