Falta esquina
























Leer una novela de Vargas Llosa es leer al autor de cinco obras maestras y varias picarescas. Es leer a un hombre de 80 años al que le debemos ser menos maniqueos y gracias a él observamos el detalle del detalle de distintos grupos sociales que revelan sus gustos más íntimos en aspectos insospechados. Sentarse a leer a Vargas Llosa es disfrutar de la pluma suspicaz, las descripciones maniáticas, del mundo tallado y detallado. En dos días leí Cinco esquinas con dos sensaciones. Aplaudo el erotismo y unos capítulos logrados del octogenario más vital que conozco, de estilo fluido, rápido y funcional, pero encuentro algunas generalidades y otros problemas que desinflan la novela al subgénero de best seller. El lector nunca se aburre, siempre sucede algo insólito, pero sin el misterio del arte.



Formalmente el mejor capítulo es el XX que enhebra las breves historias que provienen de otros ambientes, de otros días, historias que son rotadas ágilmente en diálogos superpuestos que se dan la posta, mostrando por momentos el poder obsceno de Vladimiro Montesinos. Y el mejor contenido es el calabozo aterrador del corto capítulo XVIII, una rauda pisada al submundo de delincuentes comunes y orates, descrito desde un impresionismo parpadeante. Un personaje entrañable, además, es el pobrísimo Juan Peineta de 79 años, amigo de un gato, y que va perdiendo la memoria. Vio su carrera artística destruida por el periodista amarillo Rolando Garro que ahora chantajea a un empresario.


Los desaciertos de Cinco esquinas, sin embargo, empiezan por el didactismo. El origen de la prensa amarilla en el Perú (“Última hora”), el origen de Felipe Pinglo, el origen de Vladimiro Montesinos y qué diablos son los emolientes son dignos de un ensayo. Y más grave, la novela nombra 24 veces a Fujimori, ¡24 intromisiones!, que restan autarquía a la novela (Conversación en la Catedral con el cuádruple de complejidad y de páginas nombra sólo una vez a Odría).


Problema mayúsculo son los protagonistas. El empresario Enrique Cárdenas y la periodista Retaquita carecen de espesura, de resquicios, de tensiones, de riqueza interior. Hay antipáticos que resultan fascinantes, pero la Retaquita es un ser pre-moral, una plumífera sin pasiones que asesina en sus columnas a quien le encomiendan, y su conversión contra Montesinos es inverosímil, salvo que la fidelidad perruna la lleve a cambiar un amo por otro amo. Y el empresario Cárdenas no posee ni por asomo la picardía de Don Rigoberto y su historia es fatua. Un niño bien caído en una transitoria desgracia, casi un ángel apolítico que, siendo empresario de la clase alta de Lima, no conoce de los beneficios írritos del turbo-capitalismo de los 90.


Este balance tortuoso de un lector, relector de Vargas Llosa lamenta también el remedo de tabloide del capítulo XXI pero aplaude el porno-erotismo de Cinco esquinas. Porque un abuelito que no se deja vencer por los contratiempos del cuerpo y el qué dirán, y, que además del bello cuento infantil El Barco de los Niños, escribe escenas frescas y ágiles de sexo que ruborizarán a los cucufatos, sigue siendo un aliado y un maestro. 

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