Mitad ángeles, mitad monstruos




Luis Fernando Figari, fundador del Sodalitium, mezcla esoterismo católico e hindú y poderes paranormales, dice ser capaz de leer la mente, hacerse invisible, matar una cabra con la mirada. Mantiene intensas conversaciones políticas y religiosas con Santiago de 15 años y lo invita a su casa en la calle La Pinta 130, en San Isidro, y, en eso, le pide que se desnude en un diván, al lado de un retrato de José Antonio Primo de Rivera, y, al sobrevolar el ombligo, Figari se sorprende: “Tienes la energía de cuatro adultos”. Año y medio de reunirse con Santiago en las casas de San Isidro y San Bartolo, un día Figari se frota y sopla las manos y le dice: “Muchacho, es hora de “abrir el tercer ojo” para ver tu aura. Repasemos lecciones, ¿qué es la kundalini?” “Es una energía invisible que dormida tiene la forma de una serpiente enroscada” dice el adolescente. “Bien, bien, ¿y cuál es la casa de la kundalini?” “El hueso sacro, el primer chacra, en el pirineo”, recita el alumno. “Claro, perfecto, entre el ano y los genitales –Figari refuerza la lección y continúa-. Mira, con métodos tántricos, la kundalini se despierta, se desenrosca por el fluido de la espina dorsal hacia el cerebro, el entrecejo o nudo de Shivá. En fin. Para terminar con tanta teoría, ¿el líquido más poderoso, cuál es?” “No sé”. “El semen”. Figari se desnuda, ordena al discípulo que le bese el pene, saca vaselina de la mesa de noche, lo unta: “Mi esperma irá a tu zona sacra”.

Mitad monjes, mitad soldados (Lima: Planeta, 2015), informadísima investigación de Pedro Salinas sobre el Sodalicio, un movimiento de proselitismo católico de ultra-derecha, fundado en 1971 por Luis Fernando Figari, creado para humillar y atormentar a sus discípulos, y cuyas máximas autoridades, hoy, están denunciadas por tortura psicológica y violación sexual. La investigación recorre la fundación y expansión del Sodalicio, brinda detalles escalofriantes de sus autoridades y recoge treinta testimonios de exsodálites denunciando a los líderes espirituales, testimonios enviados al director de la Oficina de Comunicaciones del Sodalicio, Erwin Scheuch, que, cómodo en su asiento, dice no haber recibido denuncias o notificaciones del tribunal penal ni eclesiástico. Pedro Salinas, sin embargo, sabe que el Tribunal Eclesiástico del Arzobispado de Lima tiene tres denuncia contra Figari por abuso sexual y psicológico, incluso Salinas entregó una denuncia al padre Víctor Huapaya del Opus Dei, presidente del Tribunal Eclesiástico, cuyo moderador es Juan Luis Cipriani. Después de leer el libro, queda claro que en el Sodalicio cunde la pederastia y la Iglesia Católica, indiferente, alza los hombros.

Uno de los testimonios (“Lucas”) considera que las autoridades del Sodalitium no distinguen entre el combate espiritual y el maltrato psicológico, creen hacer el bien mortificando a la gente. Otro testimonio (“Matías”) piensa que el Sodalitium exige un camino de vida tan inalcanzable que sus integrantes llevarán una doble vida: la vía pública donde predicarán como santos sin sexo y la vida privada de callejuelas clandestinas. El nuevo superior general del Sodalitium, Alessandro Moroni, sostiene, enérgico, que Figari no ha clavado su patología en la institución y el Sodalitium no promueve una vida de horror. 

Pero el testimonio de “Clemente” cuenta que, de adolescente, una noche de asesoría espiritual, insólitamente entró la cohorte del Sodalitium (Figari a la cabeza, y Germán Doig, Alfredo Garland y Jaime Barertl) a interrogarlo sobre religión. Figari reveló a sus mastines una confesión del joven sobre poluciones nocturnas y lo llamó “cochino”, “basura”, hizo bromas soeces, y todos, Doig, Garland y Barertl, celebraban las vulgaridades riendo como hienas.

Si Alessandro Moroni cree que el Sodalitium no está contaminado por sus autoridades, entonces Moroni se inscribirá también en un partido Nazi de esvásticas y antisemitismo, pero sin Hitler.

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