NN: sin identidad














Rechifla el viento sobre una campana pequeña y el badajo enloquece pero sin sonar, el firmamento está trazado de nubarrones, el ichu sobrevive. Ésta imagen condensa la intención de NN: sin identidad, la película dirigida por Héctor Gálvez que muestra el día a día de unos antropólogos forenses que en Lima buscan las identidades de los desaparecidos. Al ser un tema delicado, NN apuesta por un tono cauteloso, una respiración lenta y un clima sombrío que ayudan a imaginar a un personaje que es sólo un montículo de huesos, retazos de tela, una chompa, unos botines y un cráneo abaleado. Ese ambiente denso, gélido y filudo está magistralmente logrado.


NN no busca acusar ni a militares ni a terroristas, los restos del caso 9 pueden ser de un senderista o de un comunero, el filme está más allá de fulminar a los culpables inmediatos. Su cuestión es qué sentido tienen los sobrevivientes de la década de los 80 y 90 y cómo procesar, digerir, aquella violencia.

Los peritos forenses, que buscan perfilar las identidades de los osarios y otros restos humanos exhumados, son liderados por el obsesivo en detalles y parco necrófilo, Fidel Carranza (Paul Vega), quien toma pastillas cuando el trabajo se agrava, trajina concentrado cotejando fémures y tibias, clasificando estrías y material subcutáneo, y, a pesar de tener partes mimetizadas con la muerte, aún puede preguntarse, horrorizado, qué es el ser humano.

Compartiendo el instrumental quirúrgico, en esa observación maniática de los fósiles, están los otros peritos, que, cuando beben café y bromean sobre su oficio, les cae una mortaja. Uno de ellos (Luís Cáceres), curtido en grado máximo, capaz de bostezar y comer ante los huesos, tiene un humor ralentizado. Este equipo intenta ayudar a Graciela (Antonieta Pari), el personaje perfecto, de rostro ajado, impenetrable que busca desde hace treinta años a su esposo y que dispara nuestras fantasías: al verla doblar marcialmente la ropa, uno se pregunta si calza con el perfil de mujer senderista, y si lo fuera su drama no pierde valor. Tal como se desarrolla NN, Graciela es la primera aproximación perspicaz y humanizada que hace el cine peruano de una posible terrorista.

Hay además un silencio elocuente en la historia, en el corazón de un poblado de la sierra peruana que recibe a los investigadores con un huayno y una pachamanca. El filme evita la sensiblería, oculta la escena en que luego de treinta años los pobladores tienen noticias de sus familiares, y hábilmente plasma, en el bus de retorno, las caras descompuestas de los peritos por su trabajo: acaban de entregar a la comunidad los ataúdes de niños y de familiares

La película también enfoca un nudo del conflicto social interno del Perú; los antropólogos, forenses y psicólogos encarnan a la clase media, mientras los andinos continúan vejados, sin esperanzas y transitan en trabajos burocráticos en Lima. NN no es un frío ensayo de sociología, su trama espesa corroe las convicciones a favor y en contra de la “buena conciencia” de los forenses, y nos obsequia una composición lograda.  




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