Ley pulpín en navidad





























De prosperar el proyecto de ley contra los derechos laborales de los jóvenes de 18 a 24 años, los vigilantes de mi edificio serán reemplazados por chicos explotados que no podrán exigir ni la CTS ni las gratificaciones (de fiestas patrias y navidad) ni las vacaciones completas. Sale a cuenta. Jaime de Althaus, jalándose los pelos, no concibe que haya gente en contra de esta medida que busca reactivar la economía (¿de quién?), y los demás asalariados de El Comercio han afilado sus argumentos en no sé qué contorsiones en que los derechos laborales son un estorbo.

Qué bien que la marcha haya agarrado avenidas como Benavides, entre otras, y que la DBA haya tenido que detener sus autos; ayer estaban furiosos por la marcha, qué marchen en sus conos estos cholos resentidos, radicalones, brutos que impiden el progreso.

Lo divertido es que suceda a vísperas de la navidad. Los conservadores de la DBA irán contritos a misa de gallo, comulgarán con el cuerpo de Cristo, a las doce celebrarán el renacimiento del niño-Dios y hablarán del pobre como víctima de sí mismo y como oportunidad de dar sopa de conventos. Los que se alucinan neoliberales y anti-clericales serán puro cohete y petardos multicolores. Ambos, el cucufato de la "alta" y el fascio, se reunirán en lo que importa: la opípara mesa y triturarán a los estúpidos que van contra la ley pulpín.

En esa fachada de espíritu navideño, la DBA se regodea de no pertenecer a esos grupos extremos que se toman las convicciones seriamente, y, al compararse con los cristianos luteranos, se aplaude a sí misma por ser light, pero a mí me caen mejor esos luteranos. Pueden estar equivocados en algunas creencias, pero son consecuentes. El católico de la DBA no está equivocado: para estarlo habría que buscar verdades y tropezar. Es un ser semoviente que sigue un sistema carcelario de premios y castigos dictados desde el más allá del Cardenal. La DBA pura, a secas, librada del terror a Cipriani, no guarda las formas del beato y es francamente obsceno, sanguinario. Con un wiski en la mano y unas rayitas sobre el tocador de los servicios higiénicos, saldrá a departir en la sala al lado de Papá Noel, ampliará la idea de Andrés Bedoya -el recordado cacógrafo más racista del mundo- e improvisará la chispeante idea de arrojar racimos de bombas de napalm a quienes osen manifestarse contra las leyes espurias. 

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